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Channel: LA VIDA CON SUBTÍTULOS
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ENTREVISTA

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AQUÍ una linda entrevista que me hizo el gran Mario Méndez. Pasen y lean.

HE LEÍDO

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Mucha literatura infantil y juvenil, mucho en papel, menos en el Nook, mucho menos de lo que quisiera, muchísimos que empecé y dejé (y por eso no están en la lista), varios inéditos debido a mi nueva función de editora (tema que quedará para otro post).

El bastón de plata, de Martín Blasco
La leyenda del calamar gigante, de Martín Blasco
Amiphgorey también, de Edward Gorey
Los libros no siempre fueron así, de Glasman y Lotersztain
El último día del invierno, de Franco Vaccarini
La mariposa de Bután, de Franco Vaccarini
Nunca estuve en la guerra, de Franco Vaccarini
Fiesta, de Ariela Kreimer
El cristal con que se mira, de Alicia Molina
El rastro de la canela, de Liliana Bodoc
Kamo y yo, de Daniel Pennac
Señores niños, de Daniel Pennac
La ciudad de los nubes, de Eduardo Abel Giménez
El viajero del tiempo llega al mundo del futuro, de Eduardo Abel Giménez
Quiero escapar de Brigitte, de Eduardo Abel Giménez
Bolonqui, de Leonardo Oyola
El hormiguero, de Sergio Aguirre
Margot, de Toño Malpica
Una casa de secretos, de Paula Bombara
El escritor comido, de Sergio Bizzio
Abundancia, de Mori Ponsowy
La tienda de las palabras, de Jesús Marchamalo
En el arca a las ocho, de Ulrich Hub
Los ojos de la mente, de Oliver Sacks
El niño del año, de Franco Rinaldi
Trilogía de Los juegos del hambre, de Suzanne Collins
Cómo me hice monja, de César Aira
La ladrona de libros, de Markus Zusak
Seda, de Alessandro Baricco
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Phillip K. Dick

AL GRAN PREMIO NACIONAL, SALÚ

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Nunca se me había pasado por la cabeza la posibilidad de participar de los Premios Nacionales de Literatura. No era algo que tenía presente. En parte, supongo, porque en este bendito país dejaron de existir durante los últimos diez años, y recién en el 2011 regresaron sin mucha prensa. Y en segundo lugar porque era algo que, yo por lo menos, relacionaba a siglo pasado y más pasado, a Borges, a Fernández Moreno, a gente de libros ya amarillentos pero aún maravillosos.
Por eso, cuando leí en la revista Imaginaria que sí, que existía algo llamado Premio Nacional y que se otorgaría esta vez a la Literatura Infantil, me dije que por qué no, qué se pierde intentándolo, si igual no voy a ganar.
Y como no iba a ganar ni en joda, le dije a mi medio kinoto: si llego a ganar el Nacional, me compro la Montblanc. Muchos se preguntarán qué relación tiene una cosa con la otra. Trataré de explicarlo sencillamente: premio imposible=objeto de deseo imposible.
Y sin embargo, a veces, las cosas suceden.

El 9 de abril, según consta en los recibos que me firmaron y sellaron en la Secretaría de Cultura (y que ahora guardaré de recuerdo), entregué dos libros de mi autoría (cinco ejemplares de cada uno) que cumplían con los requisitos en cuanto a fecha de edición: Hay que ser animal y El inventor de puertas. También podría haber entregado Relatos en gatonés, pero preferí no hacerlo.
Y luego, nada. Me olvidé, me acordé, seguí escribiendo, la vida continuó.

A mediados de septiembre, en una reunión con escritores, pregunté a una amiga si sabía algo del Premio. Aquí hago una aclaración: hay dos o tres personas que pertenecen al mundo de la LIJ, que yo considero que lo saben TODO. No sé si es así (que lo saben todo), pero no deseo que nadie me  quite esa ilusión. Bien, le pregunté a esta persona y ella puso ojitos de "sé algo" mientras decía "nooooo", y como yo nunca me entero de nada pero bien que sé insistir, logré sacarle algunas palabras. El premio ya tenía dueño, y el nombre que ella dijo a mí me pareció muy bien. Eso le dije: "ah, está muy bien". Y allí terminó el asunto. Regresé a mi vida y a mi deseos imposibles.

Hasta que el 12 de septiembre recibí El llamado. Una voz femenina de la Secretaría de Cultura me informó que había recibido uno de los tres primeros premios pero no podía decirme cuál, que ya me iba a enviar la información, que debía guardar total secreto, que no le podía decir a nadie, y que felicitaciones y hasta prontito.

Más o menos eso fue lo que pude captar, mientras se me estrujaba todo el cuerpo y hacía esfuerzos horrorosos por entenderentenderentender. Lo primero que le dije a mi interlocutora cuando pude pronunciar palabra fue que yo no escuchaba bien, que me hablara despacio y lento, que no levantara la voz. Ella me preguntó si prefería que volviera a llamar en otro momento. No pude explicarle que en ese instante o tres horas después seguiría siendo igual de sorda, así que hice lo que pude y ella me dijo lo de arriba.

Fue raro que no me pudieran decir cuál premio de los tres. Porque no es como en los Oscars que hay nominados y solo uno gana y se entera en el momento. Para nada. Había tres premios ya establecidos, ellos sabían quién había ganado qué, pero quería que todo fuera sorpresa o algo así y no te decían ni una palabra aunque suplicaras (y conste que supliqué, puse caritas y puede ser que haya hecho mención de mi grado de ansiedad y la medicación que debería conseguir si no me enteraba).
Y así comenzó la era de la histeria.

En el momento de la llamada solo estaba mi hijo menor en casa, y hacia él corrí y le conté y saltamos juntos. Luego llegó el mayor (que no me dio tanta pelota), y ese día también les conté a mi marido y a mis viejos. Se supone (yo supongo) que en ese tipo de secretos nunca está incluida la familia directa, por lo menos hasta el primo sexto o séptimo.

Un momento... si ella -mi amiga- me había dicho el nombre del ganador unos días antes, ¿entonces también sabía...? A mí no se me había ocurrido preguntarle por los demás premios. Corrí al celular.
Primer mensaje de texto:
"Cuando me dijiste lo de X, ¿ya sabías...?
Respuesta:
¡¡¡Felicitaciones!!!
Mensaje:
Te voy a buscar y a matar.
Respuesta:
¡No podía quitarte la sorpresa!

Y luego... ¿qué podía hacer, si nadie sabía y yo no podía decirlo hasta, me habían dicho, el 19 de noviembre?

¡¡¡Del 12 de septiembre al 19 de noviembre sin decir ni una palabra!!! Eso no era un premio. Eso era, claramente, una tortura. No se puede, ni se debe -y hasta debería considerarse ilegal- pedirle a una persona que no disfruta de la discrecionalidad, que sea discreta. Entonces, a mi manera, comencé a contarlo de a poco. Primero a este amigo, luego a otro, a otro... y así debo haber cometido pecado mortal una decena de veces, siempre con la consabida aclaración de: "no le cuentes a nadie".
A las dos semanas de la llamada (que yo comenzaba a suponer broma o malentendido), me llegó el bendito mail con la información detallada, y respiré aliviada y feliz. Era verdad. Y había escuchado bien. Entonces, la burocracia. Papeles, más papeles, cuenta bancaria en banco autorizado (que nunca es el de uno) y espera espera espera espera.

Cuando llevé los papeles, volví a suplicar por la información y nada nada nada. Tal vez había ganado el primer premio... tal vez el segundo... tal vez el tercero... Pero mis dotes periodísticas me salvaron de ese limbo informativo. Entre ella y él (que también sabe todo), a quien apreté un poco, por fin revelé lo más importante (para mí): había ganado el Segundo Premio Nacional de Literatura en la categoría Literatura Infantil. Y eso estaba bien. Más que bien. Estaba fabuloso.

Pero seguía la espera. Larga e inútil espera. Y en esa espera, mi cabeza cobró vida propia y empezó a boicotearme la existencia. Es increíble lo que hace la cabeza de una mujer judía neurótica cuando no tiene otra cosa que hacer, que pensar. Por ejemplo: te hace creer que no te lo merecés, que todo el mundo va a hablar mal de vos a tus espaldas, que no podrás escribir más, que sí podrás escribir pero nada estará a la altura de segundopremionacional.
O te lleva a plantearte algunos asuntos más terrenales: si el premio lo otorga el Estado, ¿me lo cobrarán de alguna manera? ¿Deberé sacarme fotos con algún político, me lo quitarán si saben que tengo una mirada crítica sobre actual gobierno? Ese tema lo pude remontar con lógica: los gobiernos pasan, el Estado permanece. El Estado no es el gobierno de turno. Y además, el premio me lo había otorgado un jurado de lujo, un jurado formado por cinco personas a quienes admiro y respeto:
María Teresa Andruetto, Ana María Shúa, Ema Wolf, Roberto Sotelo, Patricia Suárez.
Ah... pero mi cabeza insistía: ¿y después qué? Te dan el premio, te regalan tus quince minutos de fama, pero después... ¿la vida sigue como si nada? ¿Otra vez ir de editorial en editorial a ver quién quiere publicar tus libros, sentir que cada libro es el primero, que cada vez tenés que pagar el derecho de piso? Y... sí. Te dan el premio y luego todo vuelve a acomodarse. Nada cambia "a lo grande", y eso está bien. Cuando te la creés, perdiste. Cuando te la creés dejás de buscar, de pelear, de intentarlo, de probar, de experimentar, de estudiar, de tener miedo, de querer cambiar, de querer más. Pero por otra parte, querés creértelo un poquito, un rato. Para qué negarlo.

Y yo me permití creérmelo (un poco). Porque me di cuenta de que por fin había llegado a donde siempre había soñado llegar, pero que después de eso había mucho más camino. Y me di cuenta de que tal vez, solo tal vez y algunas veces, no tenga que presentarme tanto cada vez que me presento.  Y me di cuenta de que, siempre que no me la crea demasiado, puedo confiar en mí y en mi trabajo. Y que por un rato puedo dejar de pagar derecho de piso y disfrutar de lo sembrado. Que costó. Que llevó tiempo. Y lo más importante, lo fundamental: me di cuenta de que acababa de recibir lo que siempre había soñado recibir, mi deseo más profundo, que no era el diploma, no era el efectivo, no era la atención de los demás... era el reconocimiento.

El 19 de noviembre, por fin... ¡por fin!, pude decirlo y escribirlo y decirlo otra vez. A quien quisiera. El acto de entrega de los premios fue como todos los actos, no hay mucho para contar. Música, discurso 1, discurso 2, entrega de los diplomas, empanaditas y coca en vasitos de plástico. Y yo fui feliz. Con mi marido, hijos, padres. Y con ellos: amigos escritores, colegas, premiados, no premiados, por fin supe (y me creí) que yo era parte, que podía estar ahí, que me había ganado mi lugar, y que no quiero hacer otra cosa en la vida que no sea escribir, y escribir, y seguir escribiendo.

Y en esto estoy. Por la página 20 de una nueva historia. Ojalá sea buena, ojalá me salga bien. Quién sabe.
La vida sigue. Los fantasmas de mi cabeza ya se fueron. El diploma ya está colgado en la pared. Ah, y me compré la Montblanc.
Al gran premio nacional, entonces, salú.

Los Premios Nacionales de Literatura, categoría Literatura Infantil 2012:
Primer Premio a Pablo de Santis por su obra El juego del laberinto
Segundo Premio a Verónica Sukaczer por su obra Hay que ser animal
Tercer Premio a Ruth Kaufman por su obra Nadie les discute el trono
Mención a Sergio Aguirre por su obra El hormiguero
Mención a Nelvy Bustamente por su obra El libro de los fantasmas
Mención a Eduardo Abel Giménez por su obra La ciuda de las nubes
Recomendación especial del jurado a Sandra Siemmens por su obra El último Heliogábalo

Y A VOS, ¿CÓMO SE TE OCURREN LAS HISTORIAS?

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Pregunta fija en cada visita a escuelas:
¿Cómo se te ocurren las historias?
O cualquiera de sus variantes:
¿Qué te inspira?
¿De dónde sacás las ideas para escribir?
¿Cómo pensaste tal o cual tema?

Parecería que el mayor interés del lector es descubrir cuándo, cómo y por qué alguien deseó procrear esa historia. Dónde se esconde el tesoro de ideas literarias y cuál es la llave para acceder a él.

Obligada a responder esas preguntas una y otra vez, terminé descubriendo cuál era mi cantera de ideas, de dónde provenía cada notita que escribo en libretas especiales, con la esperanza de que algún día germinen y den libros.

Veamos...
Cuando escribí Alas para la Paloma tenía una imagen bastante nítida en mi cabeza: un chico de ciudad asediado por estímulos electrónicos redescubre cómo usar su imaginación ayudada por una chica de campo, acostumbrada a jugar al aire libre. No sé si hoy podría mantener esa idea. Soy madre de niños de ciudad asediados por estímulos electrónicos que muy bien mantienen una enorme e infinita capacidad de juego e imaginación, pero entonces era muy joven y quería escribir la historia de esos niños que pueden transformar una ramita de árbol en caballo alado, varita mágica, arma mortal.

La génesis de Nunca confíes en una computadora la he contado infinidad de veces, pero no recuerdo si lo hice acá. Yo quería escribir algo pero no sabía qué. Acababa de hacerles una entrevista a unos chicos dueños de un BBs (Boletin Board System) y me invitaron a participar de la red. Un día, chateando, a uno de los chicos se le cortó la comunicación. Cada vez que eso pasaba aparecía en la pantalla del resto un mensaje que decía algo así como: "X desapareció del sistema". Mientras esperaba que el muchacho en cuestión (que luego sería el esposo en cuestión) volviera a comunicarse, empecé a bromear con otro usuario que en verdad el tipo había muerto y su alma había quedado atrapada en el sistema. A partir de ese momento, solo podríamos comunicarnos con él a través de la red. Estaba en eso y en mi cabeza algo se ordenó y escribí el cuento "Jamás podré alcanzarte", dando comienzo a mi era de cuentos informáticos.

Mal de familiaiba a ser una novela, pero yo tenía un niño de dos años y medio y un bebé recién nacido y apenas podía concentrarme. Así que esa idea principal, la de una mujer que, como castigo infernal recibe la visita de su suegra muerta, se convirtió en cuento y le siguieron otros en los que descargué toda mi neurosis materna. Yo sé perfectamente quién es quién en esos relatos, a quién maté metafóricamente y a quién me gustaría matar en la vida real. Pero claro, nunca lo diré.

El ahora famoso libroHay que ser animal también tiene su historia. A mí nunca me gustó leer historias con animales. Creo que la única a la que sobreviví fue Rebelión en la granja, pero literatura infantil... fábulas, ranas, aves de todo tipo, zorros... no los soportaba. Hasta que leí el libro Eres una bestia, Viskovitz (no es para chicos, aviso), y vi la luz de luciérnaga al final del camino. Me dije: yo quiero hacer esto, quiero escribir así. Estaba en eso cuando me enganché con un documental de National Geographic sobre las tortugas marinas. Eso de que según la temperatura del nido la tortuguita sería macho o hembra. Ah... ahí había una historia para contar. El resto fue investigar muchos animales, buscar muchas curiosidades y luego decidir cuáles tenían un  relato atrás que me daría placer contar.

Y luego volví a las computadoras. Cuando escribí Nunca confíes en una computadora no existía Internet (o por lo menos, no la conocíamos ni la nombrábamos), ni Windows, ni los monitores color, ni wi fi, ni las redes sociales actuales. Era la prehistoria de la informática y por fin habíamos entrado a la historia. Tenía en la cabeza muchas nuevas historias, y así surgió Nunca salgas desconectado.

La idea de La cena del dinosaurio me daba vueltas en la cabeza desde hacía años. Y todo se resumía en una frase: "los humanos somos los extraterrestres".

Desde allí, entré a la era de las frases inspiradoras. Palabras hicieron surgir nuevas palabras. Leo algo y, zas, deseo descubrir la historia oculta detrás.

El probador de espejos nació por una canción de Ismael Serrano (de quién he escuchado pocas canciones y que no me atrae especialmente, pero justo esta vez el video estaba subtitulado y me quedé a leer), en la que un verso dice: "quisiera ser probador de espejos". No hacen falta más aclaraciones.

La última palabra, en verdad mi primera novela, le debe todo a una frase del neurolingüista Steven Pinker que no quiero copiar porque es la que cierra la novela y revela el secreto.

Shemaparin, la lengua perdida, que saldrá en los próximos días, se relaciona con una nota aparecida en el diario Clarín el 21 de marzo de 2011, cuyo título decía: "Una lengua morirá por la pelea de sus dos hablantes".

Hay dos libros más que aún deben aparecer (supongo que el próximo año) y que también tienen su origen en palabras que sugieren palabras que inspiran ideas.

Uno se titula La memoria de todos, son cinco cuentos basados en la historia. Uno sobre la Shoa, la idea surgió por el grupo de chicos que trabajaron años rescatando los libros y obras de arte que se guardaban en el edificio de la AMIA. Otro se relaciona con los derechos civiles de los negros en la EE.UU de los ´60, con discurso de Luther King incluido. El tercero apareció luego de leer una entrevista a Martin Amis, en la que se horroriza porque a su hija pequeña le revisaron su mochila en una aeropuerto. Por supuesto, neurosis post 11 de septiembre. El cuarto tiene que ver otra vez con una noticia, el título era: "Matan a una pareja solo por hablarse". Y el último se relaciona con la capacidad actual de estar hipercomunicados.

Hay un libro más a futuro, del cual no puedo aún decir título ni dar muchas pistas. Pero sí contar lo que quería hacer. Quería sacarme de la cabeza una frase atribuida a Kafka que me ronda desde que tengo 14 o 15 años, y que dice: "Hay un pájaro que vuela en busca de su jaula". Y quería escribir una historia con el tono, el ritmo, y sobre todo ese humor negro y algo cruel de algunas películas animadas de Pixar y otros.

Y eso es todo, queridos niños. A la próxima escuela iré munida de archivo impreso y les leeré la génesis de cada una de mis historias. Faltan algunas, claro, están las que más me importan. Gracias por hacerme pensar.



SHEMAPARIN, LA LENGUA PERDIDA

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Presento nuevo crío literario, editado por Sigmar y con ilustraciones de Florencia Cassano.
Y comienza así:


1
Siete de cada diez personas a quienes cuento a qué me dedico, me sacan la lengua. No sé qué extraño sentido del humor se esconde detrás de esa acción. Pero sucede. Diez de diez si son niños.  Así que lo digo ahora, rápido, ustedes sacan la lengua, y todos continuamos nuestras vidas, felices.
Soy especialista en lenguas perdidas.
¿Listo? Sigo con mi historia, entonces.

Un par de veces al año me toca dar charlas en escuelas. Algo similar a un sacrificio humano, en el que la víctima soy yo. Para los alumnos, en cambio, es un enorme aburrimiento. Ninguno sale ganando. Pero alguien tiene que hacerlo.
Y hoy, otra vez, es el día.
Estoy parada frente a las puertas abiertas de una escuela primaria cuyo nombre no recuerdo, y no deseo dar un paso más. Pero una maestra se me acerca, a las ocho y diez de la mañana y pregunta:
-¿Es una mamá?
­–¡No! –exclamo. –Mi nombre es Naia Lipis, me envía el Departamento de Lenguas Perdidas de la Universidad, para dar una charla sobre lenguas en peligro de extinción.
–¿Animales en peligro de extinción, dijo?
Se me escapa un resoplido. Estoy acostumbrada al error, pero no por eso deja de fastidiarme.
–No. Lenguas.
-¿Como el castellano?
–Tampoco. El castellano no está en peligro de extinción.
La directora nos socorre a ambas de quedar atrapadas en un diálogo absurdo.
–¡Sí, sí! –dice la directora, y le explica a su colega de qué se trata, al tiempo que me toma de un brazo y me arrastra al interior de la escuela. Muy bien. No he podido huir a tiempo. Pero con suerte encontraré una ventana y saltaré. Total, estamos en la planta baja.

En un salón me espera un nutrido grupo de niños de todas las edades. Yo creo que mis charlas están indicadas para los alumnos mayores, los de sexto y séptimo grado. Pero en las escuelas tienden a aprovechar al máximo a los invitados y mandan a todos, hasta a los de primero, que se quedan dormidos a los tres minutos de iniciada mi conferencia.
Me acomodo en una mesa al mismo nivel que los chicos, agradezco un vaso de agua de la canilla que me alcanza alguien, y pruebo el sonido del micrófono.
–Hola, hola, buenos días –digo.
–¡Buenos días! –responden los chicos, como un rebaño.
–Mi nombre es Naia Lipis y vengo a hablarles sobre lenguas en peligro de extinción.
–¿Animales? –grita algún vivo desde el fondo.
–Lenguas.
Acto seguido, la escuela completa saca la lengua. Agacho la cabeza, tomo aire. Tengo que seguir.
–¿Usted es una nerd? –quiere saber una chica de la primera fila.
–Soy una persona que estudia las lenguas. Mi trabajo me apasiona y me gusta compartirlo con... con gente a quien también le interesa.
–¿Cierto que a todos nos interesa lo que tiene para contar la señorita? –pregunta una maestra desde el fondo. Los chicos responden con un “Síiiii” que no suena genuino en absoluto.
–Muy bien, empecemos –digo y, en respuesta, gran parte de los chicos se acomodan para empezar. Algunos se enchufan a sus auriculares, otros empiezan a enviar mensajes con sus teléfonos celulares (¿a esta hora?), algunos cabecean, y a un par los veo jugar al ahorcado.
Empecemos.
 

CONSEJOS PEQUEÑOS PARA AUTORES GRANDES o "El arte de publicar tu libro"

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Me encanta leer consejos para escribir, para publicar, para corregir, para lo que sea. Me devoro libros como "Zen en el arte de escribir", de Bradbury o el genial "Mientras escribo" de Stephen King. Leo consejos pero nunca me consideré apta para darlos. Eso no cambió demasiado. Pero de pronto caí en la cuenta de que llevo veinte años publicando libros, que no hago otra cosa que leer y escribir desde los 8, y que mi nuevo oficio de editora me permite, más que dar consejos, ordenar y exponer algunas ideas que tengo. No son máximas, no tienen nada de verdad absoluta, pero así es como pienso sobre "el arte de lograr publicar tu libro".

Valga la aclaración de que estos pequeños consejos servirán para el autor inédito (que quiere dejar de serlo) y no para quien ya acostumbra tratar con editores, promotores, libreros y, el gran premio: lectores.

1. EL ORIGINAL
Aunque ya no merezca ese nombre en la era informática, el original es para mí sagrado, y como objeto sagrado hay que tratarlo.
Debe estar impreso en páginas tamaño carta o A4 blancas, con una letra clara (yo uso la tipografía calibri porque odio a rajatabla la Times New Roman, y la Arial me aburre), tamaño de fuente apta para todos, o sea 12, a doble espacio, sin tachaduras, cambios a mano o lo que fuera. Si a último momento, cuando ya imprimiste cien originales, decidís cambiar una palabra, la mejor opción es volver a imprimir esa página para cada original.
Título y autor claros en primer página. Cada capítulo debe comenzar en una página nueva. La ortografía y sintaxis deben ser impecables y perfectas de tanta perfección. Si tus conocimientos sobre el tema no son suficientes, podés confiar -poco- en los correctores ortográficos de los programas de texto o, mucho mejor, dar tu libro a corregir a alguien que sepas (a veces hay que pagar por esto, pero es necesaria inversión a futuro).

Eso de que los editores leerán el texto a pesar de que las dos primeras palabras ya tengan horrores de ortografía, es mentira. Si un autor primerizo me entrega un texto así, lo único que puedo pensar es que no tiene ningún deseo por mejorar, crecer; que no se preocupa ni se responsabiliza por su material y, por lo tanto, que la historia que cuenta, entonces, estará a la altura de su ortografía.
En cambio, editores y correctores sí seremos los encargados de, por ejemplo, pasar a bastardilla los términos extranjeros, cambiar guiones por rayas o viceversa, ordenar diálogos, corregir dequeísmos y queísmos y demás. Todos los textos de todos los autores necesitan de más o menos corrección.

¿Qué más sobre el original...? Sangrías, no sé por qué el 60% de quienes escriben no respetan la sangría que a mí, lector, me permite diferenciar un punto y seguido de un punto y aparte.

El original debe estar acompañado de una breve biografía (no hace falta el CV completo, no estás buscando trabajo) y es buena idea incluir una carta al editor en el que demuestres que conocés la editorial y pensás que tu libro podría incluirse en tal o cual colección.

Desde que comencé a editar a mí me llegan los originales directamente vía mail. Eso no cambia nada de lo de arriba. Aunque me gustaría mucho que los autores preguntaran, por lo menos, si deseo que me envíen el texto impreso, ya que leer decenas de páginas en la pantalla es agotador y molesto.

2. EL ENVÍO
No se puede enviar cualquier libro a cualquier editorial.
Esto, que pocos tienen en cuenta, es una máxima absoluta. Hay editoriales que no publican, por ejemplo, poesía, novela gráfica, libros álbum. Otras que no publican textos de x extensión o fantasy. Hay editoriales cuyos libros chorrean valores y moralejas, y otras que se animan a lo políticamente incorrecto. Por eso es imprescindible conocer la editorial a la que se enviará el original. Y esto se logra de manera muy fácil y sin costos. Hay que estudiar las páginas web, ir a las librerías y quedarse horas hojeando y ojeando ejemplares. Y luego de eso analizar en qué editorial y en qué colección de esta editorial podría caber tu libro. Y entonces sí, preparar el envío.   A mí me preguntan muchas veces cómo comencé a publicar. Lo hice así, como lo recomiendo. Fui a las librerías (aún no era época de Internet) y miré muchos libros sin leerlos. Pregunté. Trabajaba como periodista en el suplemento infantil de un diario, y por suerte ahí todos sabían de libros. Por fin me decidí por la editorial x. Armé mi original, averigüé el nombre del editor a cargo y llevé mi sobre color marrón a la dirección indicada y lo dejé, cuerpo presente, en la mesa de entradas. Y luego... a esperar y caminar por las paredes.  
Hay autores que envían el mismo libro a varias editoriales a la vez y otros que envían a una por vez y esperan la respuesta hasta enviar a otra. No sé qué es mejor, yo siempre envié a una por vez y sigo sin decidir si es la mejor manera.  

Ojo con lo que le cuenten al editor para darse a conocer. A veces uno agrega datos pensando que le servirán, que serán de ayuda, que lo harán quedar mejor y no... lo lamento. Por ejemplo: si contás que el mismo libro que le estás dando a leer ya fue leído en una o veinticinco editoriales y que en todas te dijeron que era un libro maravilloso pero que lamentablemente no podían publicarlo por falta de presupuesto o lo que fuera, en verdad estás diciendo que te rechazaron el libro en todos esos lugares (lo cual no es buena información). La verdad es dura y no tiene remedio. Es muy jodido rechazar material, es doloroso y hasta traumático. El editor se pregunta si ese escritor podrá reponerse, si seguirá escribiendo, si no estará cortando de raíz una carrera prometedora. Incluso, si no se está equivocando (onda "Harry Potter". Pero todos somos humanos...). Por eso, en vez de escribir la verdad sobre el libro ("es horrendo y leerlo me produjo arcadas"), lo cual además puede provocar un atentado contra su vida, el editor prefiere la respuesta de manual:
-No tenemos presupuesto; no encontramos una colección en la cual incluir su libro; el plan editorial está cerrado hasta el 2132; no leemos material no solicitado; etc.
Muchas veces lo de arriba resulta ser verdad. Los planes editoriales se organizan con mucha anticipación. La mayoría de las editoriales ya sabe qué publicará durante 2013, está editando los libros que saldrán durante el 2014 y hasta puede tener originales esperando su lugar para el 2015. Por eso, incluir un libro no solicitado es a veces imposible. A menos que el libro sea el mejor libro que uno ha leído en la historia de la humanidad. Esos libros siempre encuentran su camino.  

En caso de que el libro sea rechazado o directamente no leído (como dije, hay editoriales que no leen los originales que les llegan si no los solicitaron), no vale la pena pelearse con el editor. No son tantas las editoriales y posiblemente quieran presentar algún otro texto en el futuro. Tampoco vale la pena suicidarse, dejar la literatura o hacer de la depresión crónica una profesión. Lo único que sirve en ese momento es seguir escribiendo. Volver sobre ese libro o comenzar uno nuevo. Pero nunca darse por vencido.  

¿Qué más sobre el envío...? Ah, veamos... ¿sirven las recomendaciones? Sí, muchas veces sirven. Yo logré de esa manera que leyeran un texto mío en una editorial que no leía originales no solicitados. Pone al editor en un lugar incómodo en el que debe hacer un favor a un conocido, y el que puede salir ganando es nuestro libro.
 Y sirven los concursos literarios. Otorgan nombre, prestigio y promoción.  Mi primera editora me dijo que había leído el libro que envié (no solicitado, como siempre), porque sabía que había ganado x concurso... ¡en el que ella también había participado! 
Así que adelante con los concursos. Pero cuidado con los "concursos truchos", que son los que organizan editoriales que cobran a los autores por la publicación de sus libros. En general en esos concursos uno siempre gana una mención y luego se le pide una cantidad de dinero para ser publicado en una antología que nunca saldrá de la imprenta.   

Para los concursos valen todos los consejos sobre el original. Y allí hay que tener más cuidado aún porque los prejurados deben leer cientos de textos en muy poco tiempo y por lo tanto pueden desechar un texto ilegible en milésimas de segundo.  

Y un pequeño agregado: los editores no se emocionan al recibir textos con dibujitos pegados, tapas de papel carísimo de color fucsia y letras con brillantina, ilustraciones no solicitadas hechas por niñitos que "amaron ese texto y piden cada noche que se los vuelvan a leer", páginas troqueladas o polvos mágicos que caen de sobres secretos. No, no y no. Lo único que importa es el texto y todo lo demás, todo el adorno provoca que se rían a carcajadas, piensen cosas que ni puedo escribir sobre ustedes o tengan ataques de llanto descontrolado y salgan a gritar que odian su trabajo (pero solo por ese rato). Y en caso de que te rechacen tu envío luego de leerlo, no siempre es beneficioso ofrecer otro texto en el mismo momento (a menos que te lo pidan, claro está), u ofrecer escribir lo que el editor quiera. No queda bien, no queda serio.   

 3. EL TEMA, EL CONTENIDO
Y aquí viene la parte difícil de todo este asunto. El libro en sí, la historia, el texto. Se publica en este momento mucho y un montón de autores excelentísimos están en su mejor momento, son jóvenes y no tienen enfermedades terminales. O sea: van a seguir escribiendo largo rato. Y como sus libros son buenos (porque la experiencia vale y mucho, y en general los escritores escriben cada vez mejor) y venden bien, los editores prefieren seguir apostando a ellos (porque si el editor no gana dinero no podrá publicar ningún otro libro, sea de autor conocido o no) y no hay tanto espacio para que autores inéditos dejen de serlo (a menos que hayan ganado un premio literario). ¿Y entonces...? Entonces se cae en un círculo vicioso del que parece imposible salir (como de todos los círculos):
"No me publican porque soy desconocido, pero soy desconocido porque no me publican".

Ah... si habré yo llorado encerrada en aquel círculo como si fuera la torre del castillo embrujado... Ustedes dirán que, de alguna manera, logré salir. Y juro que no vino ningún príncipe a rescatarme. Y sí, salí. Salí a fuerza de trabajo. Acepté que los textos que me rechazaban no estaban a punto y seguí trabajando en ellos o los abandoné y seguí escribiendo. Pasé casi diez años de mi vida sin publicar ningún libro, creyendo que nunca volvería a hacerlo, pero en todo ese tiempo ni dejé de escribir ni dejé de presentar a las editoriales, y así... ya saben.
Entonces... entonces todo depende del libro. La obra debe estar perfectamente escrita desde lo formal (el lenguaje), y ojalá bellamente escrita, pero también debe ser una historia que movilice, distinta, nueva, que emocione, que haga reír, que dé miedo, que haga pensar... No todas las opciones juntas, por supuesto, o sí. Debe destacarse, debe demostrar que tenemos una voz que merece ser escuchada, un tono y un estilo original, y que sabemos contar una historia.
 Por eso lamento ser quien diga lo obvio: las historias de brujas y brujos, vampiros adolescentes, patitos que buscan a su familia, niñas que se enamoran de sus vecinitos, Caperucitas modernas y demás, solo podrán llegar a libro impreso si ofrecen algo que toooodos los demás libros similares no ofrecen. Nadie publicará otro libro más en un montón de libros. No. Las editoriales necesitan que su inversión dé frutos para no cerrar sus puertas. Y por lo tanto invertírán en ese autor nuevo solo si el libro que ha presentado merece el riesgo. Si dice algo distinto. Si lo cuenta de manera diferente. Y bien, claro. Y maravilloso.  

 Es de suponer que todo autor nuevo que envía su libro inédito a una editorial, lo hace porque cree en su material, porque se ha tomado el trabajo y el tiempo de corregir ese texto, también de dejarlo descansar, de leerlo a la distancia. Porque cree que hay lectores que están esperando, aunque no lo sepan, un libro de esas características. Ese libro. Darse contra la pared, entonces, cuando ese libro es rechazado, sin entender el porqué, puede ser inmensamente frustrante. Pues bien, yo voy a repetir lo que creo sobre esto. Y lo creo fervientemente, como si se tratara de una religión: 

LOS LIBROS MARAVILLOSOS ENCUENTRAN LA MANERA
DE ABRIRSE CAMINO HACIA EL LECTOR.

Como sucede con todos los caminos, que pueden tener desviaciones, en los que puede haber piquetes o un puente roto, el viaje puede durar más o menos, pero se llega a destino.
 
Para resumir: un libro que cuenta una historia de la gran siete, bellamente escrito, hallará la forma de ser publicado.  
 
4. EL DESPUÉS
Pues bien, enviamos el libro al editor. ¿Y luego, qué? Si no recibimos un mail de confirmación con instrucciones de espera, sepan que la respuesta puede tardar una semana, un mes, un año, o no llegar nunca. Yo tuve de todas esas. Lo principal entonces, es: no se pongan pesados. Los editores odian a los escritores pesados. No insistan, bánquensela. Pueden enviar un cordial recordatorio al editor una vez por mes, algo al estilo: "Hola, ¿hay alguna noticia sobre el texto, blablablá?". Y a seguir esperando. O no. Cada uno es libre de ponerse una fecha límite: "si en cuatro meses no me responde, listo, envío el texto a otra editorial". O algo así.

Si reciben un rechazo, una hora de duelo y a seguir trabajando. Los pensamientos autoconsuelo: "el editor es un hijo de puta que no sabe nada"; "la editorial es una porquería"; "yo soy mejor que todo el mundo", son útiles a corto plazo, no tanto a la larga.
Y si logran el sí tan esperado, una cosita más y ya la termino:
La función del editor a partir de ahora es que tu libro sea un mejor libro todavía. Trabajá con él/ella, escuchalo y leé y tené en cuenta cada sugerencia que te hacen. Me ha sucedido, y me llama soberanamente la atención, que autores muy nuevitos me han dicho: "no acepto que me cambies ni una coma" (y esa coma, lo digo, estaba mal puesta), mientras que TODOS los autores conocidos y reconocidos a quienes tengo la inmensa suerte y el honor de editar, muestran tal grado de humildad y aceptación del trabajo de edición, que me quito el sombrero y me inclino a sus pies. Trabajar con ellos es un placer, trabajar con quien no desea revisar su libro es... un trabajo.

Mucho gusto y hasta pronto y suerte. O no, no es suerte. Trabajo y talento. Eso está mejor.

ESCRIBIR PARA CHICOS

LA MEMORIA DE TODOS (primer libro 2013)

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Un libro que hacía mucho quería escribir, que me rondaba por la cabeza. Por un lado quería rescatar dos cuentos que escribí hace tiempo y tenían algo que ver entre sí: "Todas las sombras son negras", que trata sobre la discriminación racial y la lucha por los derechos civiles en la EE.UU de los ´50/¨60, y "La memoria de todos", el cuento que escribí el año pasado para una muestra de ilustradores sobre el atentado a la AMIA. Siguiendo con esa idea, había una historia, real, que me torturaba desde hacía años (guardo el recorte del diario con la noticia, en mi archivo): la de un par de adolescentes asesinados por sus familias en India, por pertener a castas diferentes y cometer el terrible delito de hablarse. Ese cuento, "La noche tan última" me resultó duro, difícil, lleno de silencios y cosas no dichas. El humor lo recuperé con dos relatos que tantean la realidad y se animan a fantasear un poco: "¡Bomba!", sobre cierto descontrol en cuanto al control (suena a redundancia, pero no lo es) y "El teléfono rojo" sobre la libertad de prensa (y los riesgos de perderla).
Pasen y lean.

El libro salió editado por Ediciones Elevé, con ilustraciones de Virginia Gagey.

Así comienza el relato "La noche tan última"

Sonu había dejado de entender el mundo. Hasta hacía unas horas la Tierra giraba alrededor del Sol, se sucedían los días, las estaciones, su cuerpo cambiaba, le nacían ansias, pensaba en mañana, en hoy, se preparaba el té como le gustaba, se hacía preguntas, le contaba un secreto a una amiga. Pero de pronto todo eso había dejado de tener sentido.La Tierra se había detenido y, para ella, ya no volvería a girar. Nunca.Hacía unas horas su padre y su tío la habían encerrado en una cabaña oscura de paredes de barro, sin ventanas, sin luz, sin aire.El aire ya no correría para ella. Nunca.Los ojos de Sonu apenas se habían acostumbrado a la penumbra cuando trajeron a Vishal. Eran las cuatro o cinco de la tarde, difícil saberlo en ese lugar. El tiempo ya no valdría nada para ellos. Nunca.




–La primera vez que me miraste –dice Sonu, sentada sobre el piso de tierra y dibujando palabras en el aire–, estábamos en el mercado.
–Muchas veces te miré –dice Vishal.
–¿Por qué yo? –lo interrumpe ella.
Vishal piensa.
–Cuando caminás tu túnica baila. Vas dando saltitos.
–¡La túnica baila! –se ríe Sonu, por primera vez esa tarde–, ¡qué risa! ¡Y yo no doy saltitos!
–Sí, cuando tu madre te apura, das saltitos cortos, como en el aire.
–¿Qué más?
–¿Más...? Tus... tus ojos...
–¿Escuchás? Afuera están discutiendo tu papá y mi papá, y seguro que están mis cuñados y mi tío. Espero que no nos peguen. Una vez a una prima le dieron cinco latigazos porque había salido sin cubrirse, y mamá y yo la lavamos y la curamos después. No fue nada lindo.
–No van a pegarnos. Mi madre no lo permitiría. Pronto seré el hombre de la casa.
–¿Cuántos años tenés?
–Quince.
–Yo dieciséis. Mis ojos.
–¿Qué?
–Ibas a decir algo sobre mis ojos.
–¿Ves? Hablás como caminás, das saltitos, como un pequeño pájaro que nunca se para dos veces en el mismo lugar.
Sonu se sonroja, pero en la penumbra su rubor se tiñe de oscuridad.
–Mis ojos –insiste.
–Son... son profundos y melancólicos a la vez. Pero curiosos. Eso, son ojos curiosos.


LINDO DÍA PARA VOLAR (segundo libro 2013)

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EL PRIMER ENCUENTRO

El día que conocí a Camacho, entre las ramas de un inmenso eucaliptus, me contó su historia:
-Para mí, la vida era la jaula –empezó él, tranquilo, con ese modo que tiene de hablar que a veces te provoca ganas de sacudirlo un poco, arrancarle una pluma. –Yo no sabía que había otra cosa, un afuera, ¿me entiende usted?
-Sí, entiendo. ¿Qué tal si nos tuteamos? ¿Tu nombre..?
-Camachuelo.
-Camacho, viejo y peludo. No, peludo no, viejo y plumero.
Me reí. Solo.
-¿Puedo seguir? –preguntó él. Qué podía decirle. Yo estaba ansioso, todo era nuevo para mí. Me acababan de liberar hacía apenas un instante y lo primero que había hecho era volar hasta el eucaliptus, sintiendo que la vida comenzaba de nuevo, que todo había cambiado.
-Seguí, Camacho, seguí.
-Camachuelo.
-Eso, lo que vos digas. ¿Hace cuánto que sos libre?
-¿Qué día es hoy?
-¿Cómo le dicen...? Sábado.
-Entonces, desde ayer.
-¡Por el gran pico! –exclamé-, ¡ya sos un experto en libertad!
-Había nacido en jaula y pensaba morir en jaula –siguió Camacho, tan pacífico. -No conocía otra cosa.
-Eso ya lo dijiste, adelantá, dale.
Camacho me miró de tal manera… hizo un gesto así con el pico que temí por la integridad de mis ojos. Del izquierdo y del derecho. Pero era Camacho. Camacho no picoteaba a nadie, a menos que fuera absolutamente necesario.
-Y estaba bien, lo de la jaula. Era un hogar. Reducido y con barrotes, pero hogar al fin. Mi humano me alimentaba cada día, me brindaba agua fresca y cuidados veterinarios, y lo único que exigía de mí era que fuera, estuviera. Que me quedara en la jaula e hiciera lo único que sabía hacer: ser pájaro.
-¿Y volar? ¿Qué me decís de volar, Camacho?
Las plumas de la cola de Camacho se agitaron.
-Yo no sabía qué era volar. Así como no sabía qué era la libertad.
-¿Te cortaban las plumas de las alas?
-Cada semana, prolijamente. Pensaba que aquello era como ir a la peluquería, un cuidado estético, ¿me entiende usted?
-Te entiendo –dije-, a mí también me las cortaban.
-Un momento. Usted no se ha presentado -dijo Camacho y a mí me gustó que reparara en mí. Hasta ahora nadie me había preguntado mi nombre.
-Yaco, me dicen Yaco. Loro gris africano, a mucha honra.
Camacho se quedó pensando.
-Todos los loros que he conocido son… coloridos, por lo menos.
-Yo soy exótico –retruqué, algo ofendido por el comentario de mi nuevo amigo. –Mis plumas son grises, pero mi alma tiene todos los colores del arcoíris.
-Poético… -dijo Camacho.
-Que te recontra –respondí, por las dudas.

Publicado por editorial SM
Tapa de Rodrigo Folgueiras 

UN PEQUEÑO GIRO

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Este blog nació el 2 de agosto de 2005 y, aunque ya no tiene la vitalidad que tenía (tampoco la tengo yo), atravesó ocho años ocho contando un poco de todo. He escrito, siempre desde el humor, crónicas sobre deporte, política, hombres, literatura, vacaciones,  libros, hijos.

En los últimos años el trabajo me llenó y me colmó (el alma, no así el bolsillo) y escribí poco y perdí algo del entusiasmo por contar lo que sucedía a mi alrededor.

Pero el blog nunca terminó de morir y ahora regreso, con un pequeño giro. Tengo ganas de seguir contando, escribiendo, compartiendo, pero estoy enfocada en un tema: literatura. Y en particular, la literatura destinada a chicos y jóvenes, bien o mal llamada LIJ.

Así que, desde acá, yo la sigo. Sé que no escribiré seguido pero escribiré, por lo menos hasta que no escriba más, eso seguro.
Y si quieren acompañarme, bienvenidos sean. Hablemos de literatura.

EL MARAVILLOSO Y MISTERIOSO MUNDO DE LOS PREMIOS LITERARIOS

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ADVERTENCIA: lo que sigue son 100% ideas mías. Lo que yo creo, lo que yo pienso, lo que yo sospecho. No tengo verdades ni certezas, solo un poco de experiencia y mucha imaginación. Y no me hago cargo de lo que usté pueda hacer con dicha información. Dicho esto, pasemos al tema.

En veinte años de escritura he participado de, si la memoria no me falla (y últimamente me falla bastante), ocho concursos literarios. Los resultados fueron: dos primeros premios, dos segundos premios, dos menciones, dos nada. Buen promedio. Esto, sumado al hecho de haber actuado como prejurado y jurado de otro concurso, me ha brindado cierta perspectiva sobre el tema concursos que hoy compartiré, sin ningún costo, con el amigo lector.
Empecemos.

¿Están arreglados los concursos literarios?
Yo quiero creer que no. He escuchado rumores, como todo el mundo, pero nunca he sabido, de primera mano, de un concurso arreglado. En principio, en los que participé yo, a mí nadie me ofreció nada por ganar, yo no le pagué a nadie y, de verdad, creo que en la mayoría de los concursos el jurado desea encontrar ese diamante en bruto que justifica su tarea.

Y entonces... ¿por qué pareciera que siempre ganan los mismos?
Ah... m´hijo, esa es la gran pregunta y yo tengo mi respuesta: porque escriben como la puta madre. Verá... en los concursos se presenta de TODO, pero cuando digo de TODO, es de TODO. Se reciben textos que no respetan las mínimas reglas gramaticales del idioma que corresponde ni de ningún otro. Textos de niños (sí, de niños, porque los padres no llegan a leer las bases completas que dicen y aclaran que deben participar mayores), textos, claro, que tampoco respetan las bases por otros motivos (y que se descalifican sin más), poesías cuando el concurso es de narración y narración cuando es de dramaturgia. Se recibe de TODO. Entonces uno va descartando este y descartando el otro y es inevitable que al final el texto que sobresale sea, a veces, de alguien que tiene oficio, talento, experiencia, etc. Sin embargo, muchos escritores surgieron de algún concurso, lo cual demuestra que no siempre sucede eso de la pregunta.

Ahora, si estos escritores con oficio, talento y experiencia ya saben que pueden publicar sus libros en cualquier editorial, ¿por qué se presentan a los concursos?
Ah, usted me lo pone difícil, qué manera de insistir, ¿eh? Le voy a decir dos palabras: prestigio, dinero. No siempre vienen juntas, pero la cosa pasa, para mí, por ahí... Hay concursos que otorgan mucho prestigio. Hay otros que otorgan mucho dinero. A veces, las dos cosas juntas. ¿Por qué no presentarse, entonces? Mire, en mi caso particular, me sigo presentando cada tanto a concursos (este año a ninguno, no se preocupe) porque me agarra una cosa rara de tener que probarme a mí misma que puedo. No me pregunte más, lo tendría que seguir en terapia, diván mediante, si fuera a terapia. También lo hago como una manera de darme a conocer en una editorial en la que no he publicado nada, ya que los concursos sirven en gran parte de semillero de autores. Uno puede no ganar pero, si la obra es buena y lo merece, queda señalada para ser publicada.

Y al final, eso del prestigio, ¿sirve para algo?
Este es tema largo y calculo que cada escritor tendrá su historia. Mire... sí, sirve. Claro que sirve. A menos que sea un concurso-trampa (ya hablaremos de eso), la comunidad literaria está pendiente de los concursos, se entera de quién ganó y por lo tanto uno comienza a ser conocido y, si sabe aprovechar la situación y puede escribir otros libros tan buenos como el que envió al concurso, muchas puertas se le abren. Pero no hay que poner todas las papas en el concurso. A veces uno se banca flor de frustración porque ganó ese concurso ideal y... y después no pasa naranja. Nada de nada. Ni una notita en el zonal del pueblo, ni un trabajito relacionado, ni un pedido de otros textos. Nada. Sí muchas felicitaciones y golpecitos en el hombro y la emoción y el orgullo de haber cumplido. Por eso, lo mejor es presentarse en un concurso con las expectativas bien plantadas sobre la tierra, con la correa puesta y cortita. Si luego suceden grandes cosas, disfrútelo. Si luego no sucede más que ese premio, pues disfrute ese premio, que se lo ganó usted y no los otros cien que participaron. Y eso es lo que vale.

¿Qué son los concurso-trampa?
Yo no sé si tienen otro nombre científico, pero para hablar del tema nos alcanza con esto de "concurso-trampa". Son concursos que organizan algunas editoriales de esas que cobran por publicar o a veces alguna imprenta, que funcionan de la siguiente manera: usted envía su texto más preciado, trabajado, corregido, y al mes recibe una linda carta de felicitación diciéndole que ganó una mención y que su texto será publicado en una antología junto a las demás menciones. Para ello le piden desembolsar una cantidad x de dinero. Lo lamento amigo, si esto le pasa, no ganó nada. Esa carta le llega a todos los que participaron, algunos, presos del entusiasmo, caerán en la trampa, pagarán y luego recibirán cincuenta ejemplares de un libro sin sentido que podrán regalar a sus familiares y amistades si desean quedarse sin familiares o amistades.
Por eso, participe de concursos serios, organizador por editoriales o centros culturales o bibliotecas o municipios o lo que fuera, conocidos. Huya del resto.

¿Podría darme algún consejo para participar de un concurso literario?
¡Sí! ¡Tengo miles de consejos! ¡Me gusta dar consejos! Por empezar, funcionan todos los consejos que di en un post abajo (búsquelo, no puedo hacer yo todo el trabajo) sobre cómo presentar un texto a las editoriales. Ahora bien, si se trata de un concurso muy importante en el que usted sabe que se presentarán grandes escritores, no estaría de más hacer la corrección del texto con alguien que se ocupe de eso. Hay que pagar, sí, (porque la opinión de los amigos nunca es muy válida) pero la situación lo amerita. Y un pedido, de corazón: los jurados no se emocionan frente a las tapas coloridas, los troquelados, los corazoncitos en los márgenes, el dibujo que su hijo hizo sobre el cuento, las tapas de cartón corrugado con ventanitas, y demás barbaridades que, aunque no lo crean, realmente se envían a los concursos. Enfóquese: hoja blanca, impresa a doble espacio, en letra cuerpo 11 o 12, de un solo lado, original preferentemente anillado.
Ah, y lo más importante, envíe un texto de la puta madre.

¿Hay textos más "premiables" que otros?
Por supuesto que texto bien escrito le gana a texto mal escrito, pero yo se que usté me pregunta otra cosa... y yo intentaré responder. Verá... creo que lo que cualquier concurso busca en un texto es originalidad, tanto en el tema como en el tratamiento, cierta profundidad (incluso cuando se trata de humor, que todos confunden con "livianidad"), un tema más o menos universal que interese a muchos y que trascienda el tiempo actual (aún cuando trate un tema actual). Por ejemplo, si nos referimos a concursos de libros para chicos, difícil que se premie el cuento del nene que no quería dejar los pañales (a menos que sea un cuento de la puta madre, capaz de revolucionar toda la literatura mundial, usté me entiende) o el del chico detective que descubre que el que le roba todos los días la leche era... ¡el gatito! Pero siempre me puedo equivocar, claro. Lo que importa es que el texto traiga un aire nuevo, que cuente algo de una manera en que hasta ahora no fue contado, que atrape, que enamore, que haga pensar, que provoque ganas de seguir leyendo. En definitiva: que sea excelente literatura.

¿Y cualquier texto se puede presentar a cualquier concurso, si respeta las bases?
Mmmm... para mí, no. Pero usté no me haga caso y presente lo que quiera donde quiera. Pero veamos... yo creo que es importante conocer la editorial o empresa o lo que fuera que organiza el concurso, qué tipo de textos premiaron anteriormente, qué libros publican, qué ideología tienen... Porque usté no va a enviar un libro erótico al concurso organizado por un grupo de boy-scouts, así como tampoco se le ocurrirá enviar un hermoso cuento sobre boy-scouts que luchan por salvar un conejito de una trampa, a un concurso de relatos eróticos, a menos que luego pase algo entre los boy-scouts y el conejito... Pero no nos desviemos del tema.

¿Los concursos responden a intereses comerciales?
Puedo entender que un centro cultural o una biblioteca o cualquier otra institución premie un texto impresionante, transgresor, experimental, pero tal vez poco comercial. Pero las editoriales... por supuesto que quieren vender el libro que premiarán. Y quieren que se venda muy bien, muchos ejemplares, durante mucho tiempo. Eso es lógico y válido. ¿De dónde cree que sale el dinero para el premio, si no? Le cuento un poco como funciona. Pongamos que la editorial dice que el premio es de $50.000 a cuenta de derechos de autor. Bueno, usted gana y cobra ese dinero (¡qué suerte la suya!). Luego sale el libro y a usted le corresponde el 10% del precio de tapa de cada libro vendido. El tema es que esos 50.000 eran a cuenta de derechos, ¿se acuerda? Entonces, no volverá a ver un centavo hasta que su libro no venda una cantidad tal de ejemplares que amortigüen ese premio. Se lo hago más claro. Llega la primera liquidación y a usted le corresponden, por ventas, $3000.- Usted los ve en el papel, pero nada más. No cobrará nada hasta que haya ganado, justamente, 50.000. Y recién entonces, a partir de esa cifra, le pagarán derechos de autor. ¿Entiende, entonces, por qué para la editorial y para usted es importante que ese libro se venda? Nadie quiere ganar ni otorgar un premio a un libro que terminará en el depósito. Y aquí vamos al grano. Comercial no es mala palabra. Comercial significa que ese libro tiene un público interesado que va a gastar su propio dinero para hacerse del libro. Se les dicen lectores. ¡Y eso es fantástico! (En cambio best-seller sí es mala palabra, pero ese es un raye mío, déjemelo pasar, por lo menos hasta que algún libro propio se haga best-seller, ahí me va a encantar).

Pasemos al tema de los jurados, ¿son siempre imparciales?
Ay, qué liiiindo, criaturita e´dios. Ningún ser humano de este planeta llamado Tierra es imparcial. No existe la imparcialidad en la sociedad humana. Cada uno es fruto y consecuencia de una enorme cantidad de factores: su entorno socioeconómico, sus experiencias de vida, sus estudios, sus lecturas. Los jurados no escapan a la regla. Cada uno llega a su tarea con un enorme bagaje cultural, sus propios gustos, sus intereses, sus ideas de lo que es bueno y lo que no es bueno y original... Uno, como jurado, intenta hacer lo mejor posible, darle a todos los libros presentados la misma oportunidad, pero cada uno es cada uno... eso no se puede cambiar. Por eso siempre decimos que ese jurado en particular decidió premiar ese libro en particular, y no que un jurado universal lo hizo.

¿Es realmente cierto que los jurados no conocen a los participantes?
Es ciertísimo, por lo menos por lo que yo sé. Usté participa con seudónimo y nadie abrirá el sobre en el que están sus datos verdaderos a menos que gane. Los sobres y los textos de los no premiados se destruyen, se queman, se hacen papel picado. Lo que sí sucede a menudo es que el jurado reconoce o cree reconocer (porque no pueden tener la seguridad absoluta) de que tal libro, por el estilo, lo debe haber escrito tal escritor. Pero esto no cambia los resultados, y como mucho puede provocar apuestas entre el jurado a ver si acertaron o no (en caso de que ese texto gane algún premio y haya que abrir el sobre).

¿Qué es lo NO corresponde que haga si participo en un concurso literario?
¡Justo la pregunta que estaba pensando! Y muy bien hecha la consulta, porque hay cosas que NO deben hacerse nunca pero nunca pero nunca en un concurso, y si usted lo hace... que la literatura se lo perdone. Los concursos tardan a veces en dar el veredicto. Espere, tenga paciencia, ya se enterará, no sirve de nada llamar a la editorial día por medio. Rompe las pelotas y los ovarios de todos, ¿sabe? Aunque no influye en los resultados ya que a menos que usted diga con qué seudónimo participó (y si lo dice quedará descalificado), nadie se enterará de que usted es... usted. Una vez enterado de los resultados, si no ganó, no llame al jurado para preguntar por qué, no pida que le escriban una opinión sobre su libro "porque quiere seguir creciendo como escritor o entender qué andaba mal en su texto", no salga a publicar en todas las redes que el concurso estaba vendido y fue una porquería porque usted no ganó. Respire hondo, déjelo pasar, vuelva a intentarlo.

Bueno, llegué hasta aquí y ya escribí mucho y me aburrí.
Si usté tiene una pregunta sobre el tema concursos, que crea que yo puedo responder, pásemela que lo haré con gusto.
Si esto le sirve, me alegro inmensamente.
Si esto no le sirve, no me alegro ni dejo de alegrarme, quedamos bien, no se preocupe.
Ahora, si desea preguntarme qué opino yo sobre los últimos textos premiados en los últimos concursos... pues le digo que mi abogado me recomendó guardar silencio. Aunque hablando en serio... creo que se han premiado muy buenos textos en general, algunos excelentes, otros buenos... pero siempre son historias bien armadas. El hecho de que me gusten o no depende de mi gusto literario. Y eso es todo lo que puedo decir.





PARA ELSY, QUE DIBUJABA PUENTES

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Los escritores se mueren, como todos, claro. Pero ay... cómo duele... Esto que siento ahora me pasó poquitas veces, porque vos no conocés al escritor, no es tu amigo íntimo ni un familiar ni siquiera un compañero de trabajo al que ves todos los días, y sin embargo... Algo se te desgarra adentro, porque quedan los libros, sí, pero ya no habrá obras nuevas, ni la posibilidad, remota, de conocerlo algún día, de que se convierta en tu amigo íntimo, en tu compañero... Me pasó con Cortázar, con Fontanarrosa, con Roldán y ahora... Ahora otra vez, que se nos fue Elsa Bornemann.
A Elsa la conocí, me firmó un libro, compartí con ella un café en una mesa larga repleta de otra gente, pero yo me senté a su lado y ella conversó conmigo. Pero sobre todo, a Elsa la leí. Y no como adulto que lee a adulto, la leí a los siete años, a los nueves, a los diez, a los once. La leí cuando no había nada mejor que leerla, y sus libros, sobre todo El libro de los chicos enamorados (el de poemas), fue uno de esos libros que aprendí de memoria, que repetí, que copié, que dibujé. Esos libros que te hacen quién sos.

Yo tengo dos textos que Bornemann escribió especialmente para mí. Lo digo ahora y me parece un milagro, un regalo maravilloso, un prodigio. Las circunstancias fueron las siguientes:  en el año 1989 yo escribí un libro para la Mutual Puente de Luz (ya no existe), una asociación de padres con hijos con enfermedades oncológicas. No llegué allá de la nada. La mutual había sido creada por una de mis tías, y mi prima Carla era uno de esos chicos. Por ella comencé a escribir para chicos. Mi libro, "Ventana de la imaginación" (un libro bastamte menor literariamente, el primero, estaba aprendiendo) le sirvió a la mutual para juntar fondos y contó con prólogo de Elsa Bornemann, quien, de onda y a cambio de nada (había sido compañera de estudios de mi tía), se prendió. Imagínense... mi primer libro, y con prólogo de E.B.

El segundo texto fue escrito por E.B hace ocho años. Mi primogénito empezaba primer grado y su escuela  había bautizado cada aula con el nombre de un escritor. Había un aula Silvia Schujer, otra Laura Devetach, otra Gustavo Roldán, creo que había una Cabal y, claro, había una Elsa Bornemann. Desvergonzada yo, me contacté con ella -y con los demás autores-, y le pedí si le enviaba a los chicos unas palabras de bienvenida. Ella me envió un poema escrito para la ocasión.

Los comparto con ustedes, como homenaje a Elsa Bornemann, una maravillosa escritora.

EL PRÓLOGO de "Ventana de la imaginación"

Este será un libro hecho a dúo, a trío, a quinteto...
Es decir, a cuatro o a muchas y cálidas manos trabajando juntas... a dos o varios corazones latiendo a la par...
¿Qué cómo es posible?
Pues aceptando la invitación que hace Verónica en su carta para animarse -como lo hizo ella- a volar a través de la ventana de la imaginación y ayudarla a completar -con las propias ganas- estos "cuentos, actividades, dibujos y locuras varias" que creó -especialmente- para encontrarte, para encontrarlos, para que la encuentren...
Un montón así de páginas para soñar, para divertirse, para pensar... Un amigo de papel tan importante como los de carne y huesos... Un compañero que espera compartir sus juegos y sus lecturas y que está deseoso de verse vestido de fiesta con las palabritas y los colores que les regalen los chicos. Entonces -recién entonces- va a dejar de sentirse solo como ahora, de tan nuevo que es, tan falto de caricias infantiles todavía y con tanta alegría y afecto como tiene para dar.
Yo acepté la invitación de Verónica y pasé con este libro hermosos ratos de mis días.
¿Qué quién soy yo?
Una ex-nena, que en este momento se despide feliz, muy feliz tras haberse asomado a esta ventana.
Elsa Bornemann
Buenos Aires, noviembre de 1989.

EL POEMA DE BIENVENIDA para los chicos de primer grado:
Hola -Verónica-breve mensaje dominguero para responder a tu solicitud, realmente atractiva.

Ojalá que los versos que acabo de componer y que transcribiré a continuación respondan a tus expectativas.
Te agradezco mucho si -cuando te resulte posible- me avisás si los recibiste.
Afectuosos saludos,
Elsa Bornemann ( o Elsy).-
____________________________________________________

¡Bienvenidos -chiquitos- bienvenidos
al primer año de escuela "florecida"!,
(porque está en Flores -claro- mis queridos,
el bello barrio porteño de sus vidas...).

Les mando -por el aire- mil besitos
y deseo que disfruten de las clases
con sus maestros y compañeritos...
¡Que sea siempre hermoso lo que pase!.

Y ahora me despido -emocionada-
con la esperanza de -un día- conocerlos,
reflejarme -de frente- en sus miradas...
Ah... ¡qué enorme alegría tendré al verlos!.-


Elsa Bornemann  (o Elsy).-

Por todo eso, por los poemas, por los cuentos, por los amores correspondidos o no, por la lectura, por todo, Elsy, hasta pronto.

A PEDIDO DEL PÚBLICO, OTRA PREGUNTA SOBRE CONCURSOS

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A pedido de una lectora, va otra cuestión sobre los premios literarios (que en verdad olvidé al escribir el post anterior):

¿Qué es el prejurado? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su función?
Veamos... pongamos que en un concurso literario ponen que el jurado está formado por Borges, Cortázar y García Márquez (dos que ya no están y uno que nunca me va a leer, así no me meto en problemas con nadie). Ah... hecatombe de originales... lluvia de libros capaz de inundar el planeta... el solo hecho de pensar que alguno de esos tres te puede leer debería contar como mismísimo premio. Después de eso, solo la gloria y la muerte. Pero no. No lo sueñes. El jurado no está en condiciones de leer toooodo lo que llega (recuerda, amable lector, de ese TODO del que hablamos en el post de abajo). El jurado leerá solo los diez o tantos originales que hayan pasado la evaluación del prejurado. Y por eso es que existe el prejurado. Forman el prejurado varias personas a veces con tanto nombre como el jurado mismo, escritores, editores, críticos, profesores, etc, pero que se sienten felices de hacer su tarea y quedarse a la sombra. El prejurado se reparte los originales que llegan (lo cual significa que no todos leen todo, sino que a cada uno le tocará leer una cantidad de textos, aunque cuando yo fui prejurado, una vez, leí todo pero eso es porque soy una neurótica intratable, en cambio todos los miembros del jurado sí leen todo lo que les toca, ya que deben conversar entre ellos sobre los libros leídos) y decide qué pasará al jurado y qué no. Como se darán cuenta, no hay que subestimar la tarea del prejurado, todo lo contrario. El prejurado es el que te sube la barrera del peaje para que sigas participando, el que te lleva de la mano hasta el director para que te dé un beso y te diga "siga así para orgullo de sus papis y maestros", el que te abre -o cierra- las puertas del cielo. Repito: no es tarea menor y no son menores quienes la cumplen. ¿Si alguna vez se les puede pasar algo bueno? Y, sí, qué le vamos a hacer. Son humanos, somos humanos, solo la literatura es divina.

EL LIBRO DE ZEZÉ

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Como periodista, siempre soñé con ser columnista. Tener mi propia columna que un día, seguro, se convertiría en libro.
Y entonces llegó Zezé. Un chico de 10 años que escribe su diario, su blog, en verdad, en la revista Billiken. Un desafío, una apuesta, una historia. Zezé no creció, siempre tendrá 10 años, pero su espacio sí. Se ganó más páginas en la revista, una cuenta en Facebook y, finalmente, su libro. De El blog de Zezé nació El libro de Zezé, editado por la editorial Atlántida. Todo queda en familia.

 Va la primera historia:
1

Zezé, el cronista

Me derrito. Estoy convencido de que la tele lanza rayos caloríficos que te van fundiendo de a poco. Por eso ni podés moverte después de cinco horas de dibujos animados, en plenas vacaciones y con 40° a la sombra.

Le grito a mamá (ya saben, no puedo levantarme): -¿cuándo nos vamos de vacaciones? ¡Hace tres semanas que pregunto lo mismo, y nada!

-¡Papá nos tiene una sorpresa! –exclama ella. Y enseguida aparece papá canturreando:  ¡nos vamos, nos vamos de vacaciones! Y como si no fuera interesante –y doloroso- escucharlo cantar, la cosa se pone aún más extraña. Papá nos hace cerrar los ojos y girar tantas veces sobre nuestros pies, que yo quedo mareado y me agarro de su short y se lo bajo un poco. Y así nos vamos de vacaciones.

Cuatro pasos y parece que llegamos. Abro los ojos. Estamos en el balcón de nuestro departamento, hay una pileta inflable muy chica y cuatro reposeras.

-¡Una semana todos juntos, disfrutando en familia! –dice papá-. ¡Y nada de televisión!

Mi corazón hace ¡plop!, y veo que mi hermana Flor empieza a mandar mensajes de socorro con su telefóno celular, y mi hermanito se mete en la pileta y no le importa nada.

¡Qué gran tipo! –pienso de mi papá-, ¡se conforma con tan poco! Y mientras me alegro por él doy un paso para atrás, y otro, y pienso cómo secuestrar la tele y correr a mi habitación, pero encuentro un obstáculo.

Mamá me mira. Sólo me mira.

-No, por favor… -le ruego-, ¡puedo enloquecer si paso una semana acá, desconectado!

-Hay una cura para eso –sonríe ella, y agrega-: todo lo que se te pase por la cabeza, escribilo.

Y entonces me regala un libro, no, perdón, un cuaderno que parece un libro (¡como si aún estuviera en la escuela!) y dice: -siempre estás inventando historias y contando lo que te pasa día a día, de una manera divertidísima. Sos un cronista, un escritor, Zezé. Seguro vas a escribir historias maravillosas.

Yo quiero decirle que ya casi no escribo a mano, que uso el teclado de la compu, pero de pronto se me ocurre que por fin podré usar esa lapicera de tinta que me regaló el abuelo y que es lindísima y me ayuda a tener buena letra. Y que es lindo sentir cómo se desliza la pluma por el papel, y que luego, claro, puedo pasar cada cosa que escriba a la compu, para guardarla bien guardada.

Pero mientras una parte de mi cabeza sigue pensando en cómo llegar hasta la tele y salvarla y entonces me encuentro contándome a mí mismo: “Me derrito. Estoy convencido de que la tele lanza rayos caloríficos…”. Uau. Sí, eso puedo escribirlo.

Veremos cómo sigue. Igual, yo creo que para la semana que viene, sin duda, habré enloquecido.

           




EL SÍNDROME QUÉ LINDO DIBUJITO

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En este mismo instante tendría que estar escribiendo un cuento pero no hay caso, no sale. Así que me entretengo aquí boludeando y hablando de nada, que son cosas que todo el mundo hace, pero pocos logran hacer bien.

Como escritora con algunos libros ya publicados me sucede que no encuentro críticos sinceros capaces de la honestidad más brutal y cruda. Alguien que me diga, al inicio de cualquier escrito, justamente cuando más necesito una opinión: "esto que estás escribiendo es una real porquería".
Pero vayamos por partes, que tal como estoy redactando esta nota va camino a ser una real porquería.

La mayoría de las veces, cuando comienzo a escribir una nueva historia, siento que me olvidé de cómo se escribe, que no sé nada, y que lo que escrito hasta el momento solo sirve para demostrar que aquello que tenía, lo he perdido. Que ya está. Que debo dedicarme a otra cosa.
Es ahí cuando necesitaría acudir a un colega, amigo, conocido, lo que fuera, capaz de leer las páginas y decirme, con esa honestidad mortal que les contaba, si aquello en lo que estoy trabajando vale la pena o no. Sin medias tintas, sin ternuras de por medio, sin metáforas.
O es bueno, y vale la pena continuar.
O es bueno pero algo falla y vale la pena corregir y continuar.
O es una real porquería y la única salida es el Supr o el tacho de basura.

Y eso es lo que no tengo, no consigo, no sé dónde se compra.
Porque todos mis colegas, amigos y lo que fueran, son muy buenos. O por lo menos son buenos conmigo. O tal vez me quieren un poco. O no quieren que yo los odie. O vaya uno a saber. Y cómo entonces me van a decir que lo mío es una porquería, cómo joderme así la vida, la carrera, si yo ya publiqué varios libros (como si eso sirviera para que todos los libros fueran buenos), y entonces nada, que yo sigo en ascuas, en ayuna, en el limbo, creyendo que lo mío es una real porquería y nadie se anima a decírmelo.

La culpa de todo esto la tiene el Síndrome Qué Lindo Dibujito, que funciona así:

1) El pibe tiene dos años, dibuja dos palitos y dice que es un perro. Te lo muestra y morís de amor, y lo llenás de elogios como si fuera Da Vinci encarnado porque allí, en ese momento, se está jugando toda su autoestima futura, y lo sabés.

2) El pibe tiene 10 años, dibuja dos palitos y te dice que es un perro. Te lo muestra y sonreís. Pensás que el pobre no tiene mucho talento para el dibujo, pero si le hacés algún comentario al respecto, por ejemplo, que un perro tiene cuatro patas, se corre el riesgo de que el chico no vuelva a dibujar en su vida y tal vez el mundo se esté perdiendo a un futuro artista conceptual, abstracto, geométrico o lo que fuera. A un tipo que te dibuja dos palitos en una tela y hacer Arte, con mayúsculas. Y de todos modos, si eso no fuera a pasar, el pibe lo intenta, le puso garra, está contento, ¿cómo le vas a decir la verdad?

3) El pibe tiene 20 años, dibuja dos palitos y te dice que es un perro. Te lo muestra y no sabés cómo reaccionar. Bueno... acá entramos en terrenos movedizos... Pongamos que no conocés al pibe, vas a pensar que le pasa algo y entonces le vas a sonreír y decirle "¡qué lindo dibujito!", si en cambio lo conocés... bueno, vos no sabés cantar, ponele, o no sabés hacer un asado... cosas artísticas... entonces salís del paso dándole una palmada en la espalda y haciendo algún gesto con la cabeza que pueda interpretarse de diferentes maneras.
Pero nunca, nunca, jamás, lo que nadie hará es decir: ¡es una real porquería!
Y si nadie lo dice... ¿¿¿cómo miércoles va a entender el pibe de 10 años y el de 20 que su perro es... una real porquería??? ¿Cómo va a encauzar su vida? ¿Cómo va a entender que le conviene dedicarse a otra cosa o ver un perro de verdad?

¿Nos entendemos, ahora?
Esto es lo que me pasa a mí y esto es lo que le pasa a un montón de gente. Tal vez usted que está leyendo (debe ser el único lector que le queda a este blog) en algún momento necesitó que alguien le diga si lo que hace lo hace bien, si tiene sentido, si se entiende, si vale la pena, y cuán bien está en una escala de, pongamos... "bien, muy bien, excelente, maravilloso, genial".
¿Vio que no era el único? Les pasa, también, a la gente que comparte mis talleres literarios. Ojo que no le digo a nadie que lo suyo es una real porquería (quiero que sigan viniendo, que se sientan cómodos), pero sí les muestro, cuando corresponde, que lo que están escribiendo se ha ido por el camino equivocado (y entonces nos fijamos por cuál camino hay que regresar a la senda del bien), o por qué no funciona, o por qué los otros talleristas se durmieron mientras leía.
A veces hay que decir las cosas como son.

A cuenta de esto, uno de los mejores elogios que recibí en este año de taller fue el siguiente:
Tallerista: "Este cuento lo había enviado a varias editoriales, y todas me respondían que estaba muy bien pero no me lo publicaban. Ahora, por fin, entiendo cuál era la falla" (del cuento, se entiende, no de las editoriales).

Así que ya saben: a veces hay que decir la verdad, aún a riesgo de caer mal (si el otro lo pidió, que se la banque). Y si yo les pregunto alguna vez si pueden leer algo mío para darme una opinión sincera, peguen sin culpa. Total, después voy a decir que no entendieron nada.

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En verdad sí tengo colegas que opinan sinceramente y que me han ayudado muchísimo en algunos momentos de zozobra literaria. Ellos saben quiénes son, y que les estoy inmensamente agradecida.



LOS PREMIOS VERONICA´S

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Me gustan los premios. Creo que muchas veces no sirven para nada. Que otras veces, sí. Creo que son injustos casi siempre y siempre subjetivos. Creo que un premio puede convertirse en una carga o en una frustración. Creo que cuando se gana un premio ya se está deseando otro. Creo en la división premio que da prestigio, premio comercial. Creo que hay literatura premiable y otra que no. Creo que todo depende del momento, el lugar y el jurado. Pero me siguen gustando.
Y ahora, en vez de recibirlos, he decidido otorgarlos. Sin el apoyo de nadie ni nada ni la opinión de terceros, entrego con todo orgullo, por primera vez, los PREMIOS VERONICA´S A LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL. Premios que nadie se enterará de haber recibido, que no otorgan efectivo ni diploma ni medalla. En definitiva: premios al cuete, decididos por una única persona según sus gustos personalísimos y sus lecturas limitadas. Como muchos premios.

Aclaración innecesaria: han sido excluidos de este prestigioso premio los escritores amigos de esta servidora, para que no haya sospecha de favoritismo. Aunque a nadie le importaría (pero a mí me traería problemas). Por eso hay poco producto nacional, qué le vamos a hacer, yo quiero a todos.

Aclaración ni muy necesaria ni tan innecesaria: como es la primera vez que se entregan estos premios, se tendrá en cuenta el período que abarca desde el nacimiento de la escritura hasta el día de la fecha.

CON USTEDES, LOS PREMIOS VERONICA´S A LA LIJ:

PREMIO AL MEJOR PERSONAJE FEMENINO: premio compartido por Anne Shirley, Jo March y Violeta.
PREMIO AL MEJOR PERSONAJE MASCULINO: El Principito.
PREMIO AL MEJOR NOMBRE DE PERSONAJE FEMENINO: desierto.
PREMIO AL MEJOR NOMBRE DE PERSONAJE MASCULINO:premio compartido por Papelucho y Cocorí.
PREMIO A MEJOR LIBRO DE POEMAS: premio compartido por Las torres de Nüremberg y El libro de los chicos enamorados.
PREMIO AL MEJOR LIBRO ESCATOLÓGICO:Del topito Birolo y de todo lo que pudo haberle caído en la cabeza.
PREMIO A ESCRITOR/ILUSTRADOR CON APELLIDO ORIENTAL: compartido entre Kitamura y Kasza.
PREMIO A LIBRO ÁLBUM QUE ME ENCANTA: Jenny y el inventor de problemas.
PREMIO A LIBRO QUE ME GUSTA DE SIERRA I FABRA: El niño que cayó en un agujero.
PREMIO A LIBRO ELEGIDO POR HIJO MENOR Y LEÍDO  HASTA EL INFINITO: Un partido diferente.
PREMIO A RELACIÓN TEXTO/ILUSTRACIÓN: Carlota y Miniatura.
PREMIO A LIBROS INFANTILES LEÍDOS DE GRANDE Y QUE MARCARON ESO DE "ASÍ QUIERO ESCRIBIR": Famili y Recuerdos de Locosmos.
PREMIO A MEJOR CARCAJADA EN NIÑO Y MADRE PRODUCIDA POR LECTURA DE CUENTO: ¿Quién pidió un vaso de agua?
PREMIO A MEJOR DIÁLOGO: compartido entre Historias de Moc y Poc y En el arca a las ocho.
PREMIO A MEJOR SERIE: Harry Potter.
PREMIO A COMIC QUE TODO EL MUNDO DEBERÍA LEER: Mauss I y II
PREMIO A MEJOR DIARIO: Diario de un gato asesino.
PREMIO A NOVELA QUE TRATA DE LIBROS Y LENGUAJE: compartido entre El orden alfabético y El libro salvaje.
PREMIO A MEJOR TÍTULO: compartido entre Sopapo y Los meteoritos odiaban a los dinosaurios.
PREMIO A LIBRO POLÍTICAMENTE INCORRECTO: En el arca a las ocho.
PREMIO A LIBRO QUE NO ES LIJ PERO DEBERÍA SERLO: El curioso incidente del perro a medianoche.
PREMIO A LIBRO PARA MÁS CHIQUITOS QUE TE LLEVAN A DECIR: SI ME INTERESARA ESA EDAD, QUISIERA ESCRIBIR ASÍ: compartido entre El auto de Anastasio y Pete pide prestado.
PREMIO A MEJOR PAREJA ROMÁNTICA: compartido entre: trío entre Jo March, Laurie y Bhaer, y Anne Shirley y Gilbert Blythe.
PREMIO A PERSONAJE QUE NO PUEDE PARAR DE SUFRIR: Jane Eyre.
PREMIO A AUTOR QUE SIEMPRE ES MARAVILLOSO: Roald Dahl
PREMIO A LIBRO QUE SE SUPONE QUE ES LIJ PERO RECIÉN LO DISFRUTÁS CUANDO SOS GRANDE: Alicia en el país de las maravillas.
PREMIO A MEJOR ESCENA LACRIMÓGENA: muerte de Beth March.
PREMIO A HISTORIETA: compartido por Mafalda y Calvin&Hobbes.

Y hasta acá llegué por hoy.
Continuará. Algún día.

Pueden agregar sus premios, en los comentarios.






LEER Y RELEER A PAPELUCHO

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Texto que leí en el marco del Filbita, en la mesa "Leer y releer, un viaje en el tiempo", acompañada por un grupete de lujo: Antonio Santa Ana, Franco Vaccarini, Florencia Gattari, Martín Blasco y Liza Porcelli Piussi. La idea era, justamente, releer algún libro de la infancia y ver qué nos provocaba ahora, a la distancia.

Cuando recibí la consigna para participar de esta maravillosa mesa, la mayor preocupación fue, claro, qué libro elegir. Qué cosa fuerte esta de elegir un libro de la infancia, qué crimen... porque lo primero que pensás es que ese libro que leíste de chica y creés que te hizo ser la persona que sos, que te formó, que te lanzó de cabeza a la literatura y, por ende, a la escritura, ahora, cuando vuelvas a leerlo, te va a parecer una enorme y verdadera porquería. Y entonces algo va a morir. El libro, seguro, y esa idea romántica que tenías de vos misma, leyendo los grandes clásicos de la literatura universal a los seis o siete sobre la rama de un árbol. Eso no existió, lo sabés, y ahora te vas a dar cuenta. Cuando releas. Entonces comienzan las trampas... tenés la opción de elegir un libro que no te importe demasiado pero que te permita escribir un texto de la gran siete. Fue lo primero que pensé. O podés elegir un libro tan leído y releído que ya ni siquiera tenés en claro qué opinás de él. Es parte de vos, listo. Y eso es lo que me pasa con casi todos mis libros. He leído y releído y con solo concentrarme lo suficiente puedo traer a mi cabeza párrafos enteros y sentimientos y sensaciones, pero no hay mucho nuevo que pueda decir. Beth se sigue muriendo, Violeta sigue metiéndose en problemas, Heidi empuja la silla de Clara, los Hardy Boys resuelven los misterios, en Las torres de Nüremberg, Tallón se sigue preguntando a dónde van a parar los pajaritos muertos.
Entonces busqué otro camino. Me paré frente a los estantes de los libros de mi infancia, los tengo todos, ordenados y cuidados, y busqué uno del cual no me acordara nada. Ni una palabra, ni el estilo, ni el argumento, claro, y solo un poco de si me había atrapado o no. El elegido fue “Papelucho casi huérfano”, de Marcela Paz.
Papelucho es un chico de 8 años, pícaro y atrevido que escribe un diario personal contando lo que le sucede. Nada más que eso. Por lo que sé son 11 títulos, y el que elegí era de mis preferidos, solo por el título, porque cuando era chica los mejores personajes eran siempre huérfanos, tener una familia no estaba bien visto. Veamos...
Tengo tres libros de Papelucho, sé que una de mis hermanas tiene otros tantos. Y sin embargo, Papelucho era el recuerdo bobo de mi biblioteca, una historia a la que nunca regresé, que me había gustado, sí, pero tal vez porque mi hermana también los leía –cuestiones de competencia-, pero que no habían dejado huella en mí como Cocorí, de Joaquín Gutiérrez o los primeros libros de poemas de Bornemann.
Este era el libro al que iba a matar, entonces, pero ya desde la primera página no me quedó otra que perdonarle la vida. Porque este ejemplar comprado en una librería que ya no existe, tiene una dedicatoria que dice así: “Para mi dulce bombón rubio, que quiere leer algo “de grandes”, todo el cariño de tu mami”. Y una fecha, 1 de agosto de 1976. En el ´76 yo tenía 7 años,  me faltaban dos meses para cumplir los 8, el país se partía y yo quería leer historias de grandes, con pocas o ninguna ilustración, con muchas palabras, porque ya era una Lectora, con mayúscula, y porque estaba encontrando en los libros el refugio perfecto que me permitiría mantenerme a flote hasta el día de hoy. Pero volvamos a Papelucho. Tal vez la razón por la cual no amé este libro como a los otros fue el lenguaje plagado de modismos chilenos que en esa época no debo haber entendido. Cachureo, curcuncho, tencas, se tiró la carreta, cototo. La mayoría de las palabras, si tuviera que imaginar, me suenan obscenas, este lenguaje, hace 37 años, me era ajeno, tal vez esa fue la barrera. Sin embargo sé que leí completos los cinco o seis libros de Papelucho que había en nuestra casa, y tal vez releí alguno, y luego basta. Silencio de radio hasta ahora, hasta esta semana, en que debía elegir un libro para el sacrificio y tomé Papelucho, y me puse a leer, descreida y apática. Y entonces se produjo la magia, esa que te recuerda por qué no existe otra experiencia como la de leer.
Verán... adoré a las Mujercitas, a la Anne Shirley de los tejados verdes, a Jane Eyre, a Violeta, por supuesto, a Rosa en flor, a todas ellas, niñas inteligentes, graciosas y de corazón enorme, pero no me convertí en ninguna, nunca logré ser tan buena, y tampoco deseé jamás crear personajes como aquellos. Pero Papelucho... Papelucho resultó ser otra cosa. Algo de este varón debe haber quedado en mí, sin que me dé cuenta, y por eso ahora provoca que esas palabras me parezcan propias, que esas ideas que leí sean exactamente las ideas que quiero expresar. Y lo que me parece fascinante es que fueron escritas por una mujer nacida en 1902. Una mujer que se animó a escribir, escuchen: “el alma es una cosa que estropea muchos programas. Sería bueno podérsela sacar y poner, como los zapatos nuevos que aprietan o se estropean”. Que escribió: “resulta que no he sido feliz más que una vez en mi vida y no me acuerdo cuándo fue”. Que escribió: “en el almuerzo quería que la tía Rosarito se atorara, hasta que se atoró y después por suerte dejé de querer que se murieran todos”. Todo Papelucho está atravesado por un humor burlón y algo oscuro, que no se toma nada en serio, y personajes increíbles como un perro con tres patas, un tío que se muere de un poquito de cáncer, una tía sorda, una maestra que espera al novio desde hace veinte años, gente que lucha por sus derechos y unos chicos inadaptados sociales, palabras textuales. Papelucho, como muchos otros chicos de antes y de ahora, no logra entender a los adultos, ver cómo se incendia una casa le resulta un gran espectáculo, prueba un cigarrillo, la muerte le da curiosidad, extraña a los padres solo cuando están lejos.
Entonces leo el libro con una felicidad nueva, leo como si hubiera redescubierto una parte de mi infancia que no recordaba, y leo dándome cuenta de algo: que tal vez entonces, con 7 años, no comprendí del todo las palabras o no me sentí identificada con este chico que andaba tan libre, pero que todo se hizo parte de mí, absorbí el estilo, me empapé de ese humor ácido que no pude o no supe transmitir hasta muchos años después, y aquí está, entonces, mi génesis. De aquí salí, de estas páginas surgió mi escritura quince años después y no puedo menos que estar agradecida por esta relectura obligada, gracias, me siento como si hubieran iluminado una parte de mi inconsciente, sin necesidad de veinte años de psicoanálisis, gracias, y ya cierro con Papelucho, por supuesto. Él dice, en un momento en que la madre está lejos y la tía ya no lo soporta y lo envía a vivir con el sacerdote del pueblo: “Vivir con un cura es bueno para los que han sido malos como yo porque es como para un enfermo vivir en la farmacia: el remedio está ahí mismo...”. Y yo digo: “estos encuentros son buenos para los que han vivido siempre entre libros, las respuestas están ahí mismo...”. Muchas gracias.

YO AMO MI TALLER LITERARIO

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Lo había intentado muchas otras veces a lo largo del año. Digo, esto de armar un taller de escritura o literario o de escritura/literario, lo dejo a gusto del lector (en general en los de escritura se escribe durante la clase, en los literarios solo se lee). Pero fracasaba por dos grandísimos motivos: no tenía la suficiente experiencia, no tenía modo de promocionarme. Los años, los libros publicados, los diversos oficios (periodismo, edición, lingüística) y las redes sociales por fin me lo permitieron este año que ya termina. Un modesto taller de escritura de literatura infantil y juvenil en mi casa, con tres personas de fierro, y tres talleristas más, del interior, a distancia, a través de skype (escrito, no por videoconferencia).
Acá fue cuando empezaron las sorpresas. 1) Me gustó, sabía qué hacer, me sentí segura. 2) La gente comenzó y se quedó, no se fue. En la mayoría de los talleres empieza un montón de gente y muchos se van yendo a lo largo del año. Acá no, empezaron poquitos pero se quedaron. 3) Ahora, a fin de año, todos los participantes notan un cambio en su escritura, se sienten más seguros, saben cuáles son sus fuertes y cuáles sus falencias y cómo trabajarlas. 4) Llegamos al colmo de que uno de los talleristas publicara, en formato libro, en editorial de verdad, varios de los trabajos que inició en el taller. Increíble. Gracias por la publicidad, es lo que le digo siempre.

Qué gran experiencia organizar y llevar adelante un taller de escritura. Ya lo sabemos: nadie te puede enseñar a escribir, lo único que hace uno es ofrecer un oído un poco más entrenado, una humilde guía, algo de experiencia, moderar los comentarios, pero no mucho más. El resto lo hace cada uno, dándose cuenta o no. Y a medida que ellos, los participantes, hacen lo suyo, también uno va cambiando. Porque no hay mejor escuela en el mundo que esa, que compartir los escritos y ver si lo que decís le sirve al otro, y al final te sirve a vos mismo.

A lo largo de este año me di cuenta de que los comentarios que iba haciendo en cada clase eran bastante similares (luego se trabaja con cada relato, claro, que tiene sus propias necesidades). Eran:

-enfocate
-¿qué historia querés contar?
-¿quién la cuenta?
-enfocate
-¿desde qué punto de vista la cuenta?
-¿cómo es la voz de ese narrador?
-¿cada palabra escrita es la indicada, es necesaria, te lleva por el camino que buscás?
-enfocate
-y lo mismo sobre las acciones, ¿agregan al relato o se te va por las ramas?
-no importa que tal o cual cosa no esté en el texto, vos la tenés que saber
-vos controlás la gramática y la ortografía, no al revés
-enfocate
-releé, corregí, esto no se termina con la primera escritura
-leé en voz alta, fijate cómo suena
-desenamorate de tu texto, solo así vas a poder cortar, tachar, tirar
-enfocate

Y aquí estamos. Termina el año, terminan mis talleres, y no puedo menos que estar feliz por los resultados.
Pero en diciembre, yo sigo escribiendo:

Taller intensivo de escritura de LIJ, los días jueves a 18,30, en el barrio de Flores. 
El grupo se abre con cuatro talleristas.
La idea es trabajar en profundidad un relato, corregirlo, encontrarle la vuelta, ver qué funciona y qué no funciona y el porqué, compartir la lectura y la crítica.
En definitiva: cómo se cocina un cuento.

Y para el 2014 claro que la sigo, veremos qué día, qué horario, pero que la sigo, la sigo. Y con dos, que ya me animo: un taller de LIJ y otro de relatos así nomás, sin edad.

He dicho.


DIME CÓMO ENTREVISTAS... Y TE DIRÉ SI ERES PERIODISTA

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El periodismo es un oficio maravilloso. Es único. Te convierte en un radar, en un curioso de la vida, en un preguntón que todo lo quiere saber. Para luego contárselo a los demás.
Pero uno de los problemas que tiene la profesión u oficio (lo dejo a criterio de cada uno) es que no hace falta un título habilitante para ejercerlo y, por lo tanto, cualquiera puede llamarse periodista y cualquiera puede hacer periodismo (aunque eso que hagan no merezca llamarse así).

Pues bien.
Ingresé a la carrera con el deseo de dedicarme a la investigación (quién no quiso encontrar su propio Watergate), pero me retiré de ella amando la entrevista, la entrevista intimista, más que nada, la que busca conocer a la otra persona, saber qué hace, cómo lo hace, la que te obliga a buscar y encontrar mejores preguntas, mejores formas de acercamiento y excelentísimas formas de narrar lo escuchado.
Hice muchas entrevistas, algunas más formales, otras pura espontaneidad, en algunas tuve que luchar contra entrevistados monosilábicos y en otras casi lo único que hice fue escuchar. Mi ego explotaba de felicidad cada vez que el otro me contaba algo que hasta ahora no había contado, o cuando se quedaban pensando en la respuesta, o cuando me decían qué buena pregunta. Y con eso me alcanzaba, porque lo importante en la entrevista no era yo, yo era solo el nexo. Importaba el otro, el entrevistado.

En los últimos años me he convertido en en entrevistado (y sigo extrañando tanto pero tanto entrevistar... si alguien tiene un medio por ahí, una radio, una revista, ya sabe ;-), he comenzado a vivir el periodismo desde el otro lado y ay... ¡AY!, cuántos crímenes se cometen en el nombre de la entrevista.

Veamos...
Enviar preguntas por correo electrónico es fácil, es sencillo, es rápido, pero eso NO ES una entrevista. No hay cara a cara, no sabemos cómo habla el otro, qué gestos hace, si piensa antes de responder o no pero, sobre todo, en las preguntas por mail NO HAY retroalimentación, el periodista no puede repreguntar, no puede volver sobre sus pasos, no puede interrumpir porque algo no lo entiende, o porque quiere más detalles, o porque el otro se va por las ramas. Las preguntas por mail sirven y muy bien para ciertos objetivos, por ejemplo, hacer listas. Cuando se le quiere pedir a un escritor que recomiende una cantidad de libros o que cite los favoritos, con un mail alcanza y sobra. Pero para conocerlo, saber de su vida y su obra, un pequeño detalle: ESO NO ES UNA ENTREVISTA.

Tampoco es una entrevista decirle a alguien que se lo entrevistará y listo. Acabo de pasar por una amarga experiencia en una radio. Me invitaron, junto a otros escritores, para presentar un libro. Aquí tengo que abrir un pequeño paréntesis: no es lo mismo elegir a quien entrevistar que entrevistar a alguien porque lo solicitó un encargado de prensa o un promotor. Es decir, en este último caso hay una cuestión comercial y publicitaria que a veces molesta al periodista: "tengo que entrevistar a X porque su representante lo pidió pero a mí X me importa un corno". Pero son gajes del oficio, sucede, y de última, X no tiene la culpa. Es un entrevistado más y se merece toda la atención y dedicación. Pues bien, fuimos a la radio. La periodista llegó tarde, no conocía nuestros nombres ni preguntó cómo se pronunciaban, pero sobre todo, no conocía el tema. No sabía de los libros, no sabía sobre literatura infantil y juvenil (al aire dijo: "libros para niños" y yo juro que mantuve mi compostura), no hizo preguntas ni moderó la conversación, al punto que a mí me dio pie uno de mis compañeros para decir algo, y parecía enamorada de sus propias palabras. Nos trató con tal desinterés que no pude menos que pensar que era una pena que alguien así mantuviera su puesto habiendo tantos excelentes periodistas desocupados.

En cambio, la videoconferencia si bien no es perfecta, sirve mucho mejor para entrevistar. Son dos personas conversando en tiempo real a través de una pantalla, uno no ve el panorama completo del otro lado (por ejemplo, el lugar en donde está el que responde), pero en esta época globalizada le perdonamos la vida.
Hace poco a mí me hicieron una entrevista de esa manera. La entrevistadora estaba en Suiza, yo acá, en el porteño barrio de Flores. Ella me escribía la pregunta aunque varias veces le pude entender de lo más bien, y yo le hablaba a la cámara.

Entonces... algunos humildes ítems que más que aprenderse en las escuelas de periodismo, se aprenden a través de la práctica y de leer otras entrevistas (cuando estudiaba mis preferidos eran: Mona Moncalvillo y sus entrevistas en la revista Humor, Daniel Ulanovsky Sack y Firpo en Clarín, Mempo Giardinelli con sus entrevistas a escritores en Puro Cuento):

-De antemano hay que saber quién es el entrevistado y hay que tratar de leer las entrevistas que ofreció antes para no repetirnos (yo lo hice en tiempos de archivos de papel, ahora no hay excusas).
-En caso de que sea escritor, puede ser imposible leer toda su obra, pero sí hay que saber sobre qué ha escrito, cuál es su estilo, qué criticas o reseñas existen sobre sus libros, etc.
-Hay que escuchar. Uno puede llevarse cien preguntas escritas, pero la conversación es la que manda y la que marcará el camino, tal vez en el momento el entrevistado nos ofrece material tan rico que vale la pena salirse del guión.
-Hay que mirar a los ojos. Mientras el entrevistado habla, hay que escucharlo con todos los sentidos (y no lo digo porque sea sorda :-). Queda espantoso que mientras uno responde el periodista lea un mensaje de texto en su celular o vaya repasando otras preguntas.
-Hay que animarse a repreguntar, a profundizar, a volver atrás, a guiar al otro. La entrevista es del periodista, es él quien sabe cómo hacerla y tiene todo el derecho de llevar al entrevistado por el camino que desea. Ojo, porque por guiar al otro alguien podría pensar que se trata de manipular las respuestas. Nada más equivocado. Simplemente que si uno quiere que la entrevista trate sobre libros, y el entrevistado comienza a hablar sobre fútbol, bueno... hay que saber llevarlo de regreso al tema elegido, o tal vez valga la pena seguir hablando de fútbol. Las decisiones se toman en segundos y en el momento.
-No es necesario adelantar preguntas al entrevistado, y tampoco es necesario (y yo no lo hacía, el diario no me lo permitía y aprendí que era mejor así), dar de leer la entrevista terminada al entrevistado. Sí en cambio se le puede pedir que repita nombres propios o cualquier otra cosa que uno teme haber entendido o escrito mal.
-El lugar para la entrevista debe ser cómodo, sin ruido (los cafés son recurso fácil y desgrabación imposible), y hay que preguntar al entrevistado justamente eso: si está cómodo, si necesita algo, si tendrá que irse a una hora determinada.
-A veces el periodista se queda en blanco. Son seres humanos, pobre gente, suele suceder. El entrevistado parecer haber terminado de responder y ops, uno no tiene la más mínima idea de qué preguntar a continuación. Eso se soluciona con práctica y con estrategias, por ejemplo, repreguntando cualquier cosa solo para ganar tiempo. Y si vuelve a suceder, bueno, aceptar que uno no estaba bien preparado para la tarea. 

Y a la hora de escribir, no solo vale el qué se dijo sino el cómo. La tonalidad de la voz del entrevistado, el lenguaje corporal, la risa o la preocupación, los tiempos, el entorno.

Entrevistar es maravilloso, ser entrevistado es interesante (admito que me gusta más preguntar que responder). De un lado y del otro, hay que hacer que valga la pena.

Y aquí se agota mi casete, terminamos.

Muy buenas entrevistas a escritores, con público incluido, pueden leerse en bibliotecasparaarmar.blogspot.com. Entrevista el gran Mario Méndez.




MI CUENTO, MI VOZ

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Regalito de año nuevo para quienes aún se dan una vueltita por acá, Radio Upa nos grabó a los autores de la novísima Galerna Infantil leyendo cuentos o comienzos de novela.
Esta es mi parte, el cuento "Estás por tu cuenta" del libro "Mundos en venta". Pasen y escuchen.

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