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LA MAESTRA, LA PROMOTORA, EL LIBRO Y SU AUTOR

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(Ningún título va a ser tan perfecto como "El cocinar, el ladrón, su mujer y su amante" pero vale el intento).

He deseado escribir este post desde hace tiempo y siempre me autocensuré con alevosía y premeditación. No es mi intención molestar a nadie, no quiero (no quería) hacer ruido, no tengo la intención de perjudicar mi propio trabajo ("en donde se come no se..."), pero una entrada en Facebook de la gran Liliana Cinetto y los comentarios posteriores me provocaron para hacerlo. De todos modos, confío en que ya no queda mucha gente leyendo blogs y esto pasará desapercibido.

Liliana Cinetto escribió: "Me dice una maestra que los chicos de su escuela solo pueden leer mis libros si prometo hacerles una visita como cierre del proyecto. (...)

Ese era el tema: las "visitas de autor a los colegios". Y de cómo me gustan y me tienen un poco cansada a la vez, y de qué bárbaras que son a veces, y otras tiempo perdido, y más, y por eso sigo.

Cuando empecé a publicar (no a escribir) libros, las visitas de los autores era una excepción, y yo solo sabía de algunos grandes, muy grandes, que eran invitados a una escuela como se invita a un prócer, porque ese día se le ponía su nombre a la biblioteca o algo así.
Yo en cambio nunca conocí a un autor/a como alumna. Ninguna visita de autor en la primaria, ninguna en la secundaria (y eso que mi título dice "Bachiler en Letras"). Menos en la facultad. Crecí sin "visita del autor" y hasta me sucedió que, cuando después conocí a algunos escritores por mi cuenta, ya no pude acercarme a sus obras como antes. 

Pero pasaron los años. La promoción de los libros, desde las editoriales, se convirtió en una cosa enorme. Y la LIJ se metió en los colegios, algo maravilloso, para no salir más. Tanto es así que el mayor porcentaje de ventas de libros infantiles y juveniles pasa por ahí. Cobramos porque una promotora le mostró el libro a un docente que lo eligió para leer junto a sus alumnos, que tuvieron que comprar el libro. Y junto a los 20, 50 o 100 libros comprados, se ofrece la "visita del autor". 

La dinámica es sencilla: los chicos junto al docente leen el libro y luego reciben al escritor 
-i-responsable para charlar sobre la mar en coche. 

¿Pero es tan fácil charlar sobre literatura, libros leídos y aprovechar la presencia del autor de la obra? 
No, no lo es. Y por eso es que yo, por lo menos, tengo tantas historias para contar.

Por ejemplo...

Estuve en una escuela en donde la docente se fue al fondo del aula y se durmió mientras yo conversaba con los chicos.
Estuve en una escuela en donde la docente se fue al fondo del aula y se puso a llenar papeles y corregir pruebas.
Estuve en una escuela en donde la docente se fue al fondo del aula y se puso a chequear mensajes en su celular.
Que quede constancia: los docentes que se portan mal se van al fondo del aula.
Estuve en una escuela en donde los chicos no sabían quién era yo, no habían leído ningún libro mío y la docente me presentó así: "esta señora viene a hablarles de algo".
Estuve en una escuela en donde la docente me presentó y luego se fue y no volvió más, y yo me quedé a cargo del grado y jugué a la señorita.
Estuve en una escuela en donde, luego de esperar diez minutos en la calle, la directora me recibió en el pasillo con el siguiente discurso: "recibimos tus libros pero como estamos mudando la biblioteca, no tuve tiempo de dárselos a los maestros".
Estuve en una escuela en donde a mitad de la charla hicieron salir a los chicos de una división porque tenían prueba. Pero los chicos protestaron y a los diez minutos estaban de vuelta.
Estuve en muchas escuelas en donde los chicos no sabían qué preguntas hacer.
Estuve en muchas escuelas en donde los maestros no sabían qué preguntas harían los chicos ni qué hacer conmigo.
Estuve en muchísimas escuelas en donde los chicos no hicieron ninguna pregunta sobre lo leído, sino preguntas generales.

Las preguntas generales son siempre las mismas. Pero una recuerda que si bien las preguntas son las mismas los chicos son siempre distintos y hay que responder, cada vez, con todas las ganas.
Las preguntas generales son:
¿Cómo te inspirás?
¿Sos famosa?
¿Salís en la televisión?
¿Tenés hijos?
¿Cómo se te ocurren las historias? (variación de ¿Cómo te inspirás?)
¿Dónde trabajás?
¿Cuánto ganás?
¿Qué podés decirle a un chico que quiere escribir? (aquí se nota la influencia decisiva del docente)
¿Qué libros te gustan?

No importa qué libro hayan leído los chicos, si uno de cuentos informáticos o una novela con un loro que aprende a hablar. El libro en cuestión brilla por su ausencia. Las preguntas son esas. 

A veces, claro, no hay preguntas. 
Porque los chicos son increíblemente tímidos. Porque no saben qué preguntar. Porque ninguno quiere ser el primero. 

Entonces es uno el que apela a todas las estrategias que fue aprendiendo en tantas visitas. 
Leés un cuento, recitás un poema de Ibarbourou y otro de Almafuerte (a un grupo de chicos que nunca habían escuchado un poema), les hacés preguntas vos: ¿leen en sus casas?, ¿hay libros?, ¿sus papás leen?, ¿qué les gusta leer?, ¿la seño lee?, y así vas armando una charla y llenando la hora reglamentaria para beneficio de la maestra que, en el fondo, debe completar el registro del día.
Una vez, con un grupo difícil, utilicé una estrategia de emergencia. Les dije a los chicos que cada uno debía hacer una pregunta, no importaba cuál. Podían preguntar cómo estaba el tiempo, qué miraba en la TV, de qué color era mi remera. Cualquier cosa, pero ninguno saldría vivo del aula sin antes hacer una pregunta. (Yo creo que saber hacer preguntas es mucho más difícil que dar respuestas). Lo que sucedió después fue maravilloso, se creó un clima de ganas de hablar y de contar que todos aprovechamos y el tema principal, al final, fue el libro.

No es mi intención, en absoluto, poner en evidencia a los docentes. No estoy generalizando. Hay buenos docentes y malos docentes, buenos escritores y malos escritores, buenos médicos y malos médicos. Por supuesto que la anécdota se construye alrededor del mal docente, es más divertida (aunque te reís mucho después, porque cuando te das cuenta de que estás ahí al reverendo cuete, te comés una bronca impensable).

El tema es que veo que muchas escuelas aceptan la "visita del autor" porque queda lindo, porque los papás van a decir uau... mirá, fue un escritor a la escuela, porque llena una hora, porque es gratis, porque da prestigio, porque creen que nosotros, los escritores, escribimos en nuestro tiempo libre y que nuestro trabajo de verdad es visitar escuelas, y entonces me canso, me frustro, llego incluso a preguntarme para qué sigo escribiendo si pareciera que el destino de mis libros es ese: que lo lean treinta chicos por obligación y que luego, también obligados, tengan que pensar una cantidad de preguntas para hacerme, sobre hechos que no les interesan. ¿Para qué? ¿Y por qué? Es decir, ¿por qué sucede esto? 

Yo tengo una posible respuesta. Sucede eso cuando el libro -y el autor, dentro del combo "libro+visita de autor"- es tratado como un objeto al que hay que hacerle un lugar en la currícula escolar, y porque a todos les gusta montar el show de "nos visita el autor", aunque nadie sepa qué hacer con ese pobre hombre o pobre mujer que deseaba pasar su vida a solas, escribiendo historias, y de pronto se encuentra frente a treinta monstruitos que quieren saber si es tan famoso como Violetta o One Direction.

Y para colmo, cuando los chicos se van, uno se queda firmando treinta, cincuenta o cien libros sin tener al lector al lado (los chicos no pueden faltar a todas las clases del día), como si fuera un mero trámite, el testimonio de que uno estuvo ahí:
"Con un gran abrazo, Verónica Sukaczer"
(Cuando comencé con esto de las visitas trataba de que cada dedicatoria fuera personal y distinta. Ya me curé).

Y entonces... ¿por qué seguimos visitando escuelas? (más allá de que a veces la venta del libro está atada a la visita).

Bueno, yo le digo que porque también hay escuelas (con sus docentes, promotores y chicos) en donde tocamos el cielo. En donde recordamos por qué escribimos. En donde los chicos hacen preguntas únicas que te movilizan; en donde todos se pelean por preguntar y quieren seguirla aún cuando tocó el timbre. En donde además del docente (que se queda adelante), aprovechan tu visita otros maestros, el director, la bibliotecaria, algunos padres y hasta el inspector que vino especialmente. Escuelas de las que salís con el alma henchida y nuevas ideas. 

Por eso uno va a todas las escuelas a las que lo invitan. Porque nunca sabés qué va a pasar, hasta que pasa. Y luego, en todo caso, te vas con una maravillosa sensación o con otra anécdota de terror. Y para el escritor, las dos cosas pueden ser ganancia.

Antes de terminar recomiendo muy especialmente la lectura del libro "Dime", de Aidan Chambers, editado por el Fondo de Cultura Económica. Un libro que muestra cómo conversar con los chicos sobre los libros leídos.  

Y hasta mi próxima visita.











  


Article 3

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Para quien desee empezar en mayo:

UN PREMIO, DOS PREMIOS...

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Un blog es muchas cosas más que una serie de entradas sobre un tema. Es una vidriera donde mostrarse, es un currículum vitae informal, es una pizarra de noticias sobre uno mismo.

Por eso me veo en la obligación moral de compartir que este año se ha venido con premios. Premios increíbles que no esperaba (porque no tuve que pasar por el sufrimiento de presentarme, aguantar la ansiedad, rogar por resultados).

En ocasión de la Feria del Libro de Buenos Aires, recibí el Premio Los Destacados de ALIJA al libro de cuentos publicado durante el 2013, por "La memoria de todos", editorial Elevé.
Acá los detalles

Y como si fuera poco, algo que no estaba ni en mis sueños más fantásticos:

El Premio Konex Diploma al Mérito en Literatura Juvenil,junto a cuatro grandes grandes.
En esta página

Aún no me repuse de la sorpresa y espero sentirme abrumada por unos cuantos años.

Gracias por compartir.

¿TE CAMBIAN LOS PREMIOS, MAMÁ?

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No mi chiquito... sigo siendo la misma neurótica e insegura de siempre, con la misma humildad y las mismas cuentas a pagar a fin de mes, que no logro pagar. Lo que cambia es que tengo más diplomas colgados de la pared de mi escritorio (me gusta verlos, recordar que una vez lo logré y que no recuerdo cómo) y que más gente me conoce. Y que tal vez, solo tal vez, el cosmos considere que ya he pagado mi derecho de piso.
Pero sabés que te estoy mintiendo, chiquito. Mami miente a veces, no por enfermedad mental ni nada de eso, simplemente a veces dice lo que los otros quieren escuchar. Como para no tener problemas con nadie. ¿¿¿Cómo miércoles no te van a cambiar los premios??? Cambiás cada día, a cada hora, a cada momento. Cambiás porque hacés algo o dejás de hacerlo. Porque te tratan bien o mal. Porque tratás mal o bien. Porque elegiste esto o aquello. Porque fuiste para ahí en vez de ir para allá. Hasta porque leíste un libro, cambiás. Cambiar es crecer. Las crisis son cambios. Hay crisis buenas y crisis malas. Pero me estoy yendo del tema. Claro que me han cambiado. No de un día a otro, no un premio sí y otro no, sino todo esto que me ha pasado. Desde el Colihue en 1992 hasta el Alija, el Konex y el Hormiguita Viajera de este año, pasando por el Nacional (segundo lugar, eh). Dieciocho libros (que en realidad son dieciséis, pero como dos cambiaron de tapa y de editorial, hago trampa y los cuento como libros nuevos) y ocho premios en veintidós años... si eso no me cambiara de alguna manera, tu mami sería un ser impermeable a la vida.
Entonces... ¿en qué te cambian los premios?
Bueno, yo solo puedo responder por mí. Y por mí puedo decir que los premios me han dado
PERMISO
Permiso en negrita y centrado, ¿no queda lindo?
¿Y qué significa permiso?
Pues permiso para ser.
Permiso para escribir lo que quiero e insistir con los temas que me importan (viste que mami escribe sobre cosas raras, sobre los nombres, la lengua, lo que no se dice).
Permiso para no venderme al mercado ni a las modas (aunque mami se vende de muchas otras maneras, hay que pagar las cuentas).
Eso me han dado los premios: permiso. Para mí es un montonazo, porque si me hubieras visto, ay... cuando agachaba la cabeza y hacía lo que los demás querían, siempre creyendo que me estaban haciendo un favor y temiendo que se dieran cuenta de que yo no valía nada... Bueno, los premios me los han dado por escribir los libros que quise escribir, no los que me pidieron, y ahí está la gran diferencia.
Ah, vos me preguntabas por la plata y la fama y todo eso. Tendría que haber imaginado que tu interés iba por ahí... Pues, querido hijo, lamento decirte que mami tiene que seguir trabajando y, en consecuencia, vos tendrás que trabajar cuando te llegue el momento. Los premios te cambian por dentro, porque por fuera todo sigue siendo tan difícil como siempre. Y hay más... esto no lo repitas fuera de casa porque no queda lindo... a veces algunos premios hasta te provocan cierto resentimiento, alguna molestia... porque vos creés que ese premio traerá consigo algunos cambios y nada... no pasa naranja. Pero no digas a nadie que mami dijo eso, ¿está bien?
Bueno, ¿qué pensás vos de todo esto?
Dejaste de escucharme después de la primera oración, ¿no es cierto? Y lo de la plata, eso te interesó. Está bien, no habrá más enseñanzas de vida para vos, y no, cuando dije "permiso" no te estaba dando permiso a vos. No entendiste nada, che... no entendiste...

EL ÚLTIMO SOBREVIVIENTE. LA PELÍCULA

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Un grupo de estudiantes de Cine me pidieron autorización para filmar un corto basado en mi cuento "El último sobreviviente", del libro "Nunca confíes en una computadora". Acá, el maravilloso resultado. Qué raro y qué increíble ver y escuchar lo que solo estaba en tu cabeza. Gracias a todo el equipo:
PROTAGONISTAS: Diego Oscar Borrego, Matias Lausada, Nahuel Ignacio Alberti y Damian Campano
ESCRITO Y DIRIGIDO: Gonzalo Mellid
PRODUCTOR: Juan Mirarchi
ASISTENTE DE PRODUCCIÓN: Matias Boffi Brandwajnman
DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: Franco Mauriño
MONTAJE Y EDICIÓN: Ludovico Opipari
DIRECTORA DE ARTE: Valentina Grimozzi
MAQUILLAJE: Maria Fernanda Curci


QUERIDO ESCRITOR (CARTA ABIERTA DEL EDITOR AL AUTOR)

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Querido escritor:
                             Ya sé que nunca voy a enviarte esta carta, pero si alguna vez estas líneas llegaran a tus manos, será porque tú has escrito una obra. ¡Felicitaciones! Y yo seré quien esté a cargo de la edición de la misma. ¡Oh!
                             Empezaré entonces por presentarme ya que en general los escritores nunca llegan a saber mucho de sus editores, en cambio viceversa... Mejor no entremos ahora en detalles. Lo primero que tienes que saber de mí es que no he estudiado para ser editora. Tampoco me he formado en una editorial a lo largo de años. Ni siquiera he sido lectora profesional ni nada por el estilo. Simplemente un día aparecí haciendo tareas de edición en una editorial, luego pasé a otra, y al día de hoy cuento ya con algunos años de experiencia. Ahora bien, si un día me tiré a la pileta de la edición fue porque sentí que podía hacerlo. Soy bastante lanzada pero no juego con el trabajo de los demás, eso puedes darlo por seguro. ¿Y por qué me sentía preparada? Más allá de que me he dedicado a la literatura durante toda mi vida y que he aprendido muchísimo de mis editores, soy periodista. Y el periodismo es edición pura. Aprendes a escribir para un público específico, a manejar la información, a ser claro y preciso, a quitar todo aquello que no sirve a tu historia, a trabajar bajo presión y hasta a relatar una noticia en quince mil caracteres y no en quince mil cien. Aprendes a utilizar tu herramienta: el lenguaje y, en definitiva, no haces otra cosa que autoeditarte todo el tiempo. Así que suma periodismo+literatura+ganas de aprender, y tendrás una nueva editora: yo. Bien, ya zanjado ese asunto de quién miércoles soy y como tendrás que trabajar conmigo, vamos a los asuntos que nos importan.
                             Si tu libro ya está en mis manos (a veces me ha tocado ser quien elige el material, a veces no), lo primero que haré será leerlo, claro. Y ya empezaré a toquetear por aquí y por allá con el único objetivo de que tu libro sea el mejor libro. O sea: no cambiaré tu estilo, no cambiaré tu historia, pero sí te ayudaré y acompañaré para que puedas mejorar aquello que aún hace ruido. Por ejemplo: la puntuación, los tiempos verbales, la gramática. Te mostraré las repeticiones y las cacofonías. Corregiré (sin consultarte) ortografía y guiones (algunos deben ser largos, otros más cortos). Muchas de estas cosas las volverá a ver el corrector (una persona, no un programa), pero igual yo voy haciéndolo a medida que leo. Y además te haré comentarios. Por ejemplo... “¿por qué en este capítulo el protagonista es pelirrojo si en el anterior era morocho? ¿Tiene que ver con la trama? En ese caso tendríamos que ver cuándo cambia el color de su pelo. Y si no, corregir, por favor”. O: “los autos se estacionan en la calle, pegados al cordón, no en la vereda, revisar”. O: “¿por qué esto está escrito todo en mayúscula? ¿Es porque el personaje grita o algo por el estilo? Debemos verlo”. O: “en esa época no existían los teléfonos celulares. Revisar”. O: “en la página 25 el personaje dice que vive con dolor de espalda y que no puede moverse, pero aquí levanta un piano como si nada. ¿Qué pasó con su dolor?”. O: “en este capítulo explicas tal y tal cosa demasiado”. O: “¿qué te parece si movemos este párrafo arriba, te das cuenta de cómo mejora el texto?”. Cosas así que ahora estoy inventando (no estoy mandando al frente a ningún escritor que haya tenido la desdicha de trabajar conmigo), y que en general el escritor ha perdido de vista de tanto que ha estado inmerso en su texto, y que la mirada entrenada capta sin demasiado problema.
                         ¿Te das cuenta, entonces, de que mi intención no es otra que ayudarte a cerrar tu historia, sin errores, sin zonas confusas, sin contradicciones, sin ambigüedades, sin momentos geniales que se caen por una seguidilla de adjetivos innecesarios? Si ahora lo ves, voy a pedirte un gran favor: trabaja conmigo porque yo quiero trabajar contigo. No quiero pasarte por encima, no voy a adueñarme de tu obra, no voy a cambiar nada de lo que para ti es importante, todo es conversable, tú tienes la última palabra (casi siempre). Por eso te ruego, te suplico, te pido, ¡NO PELEES CONMIGO! No te pongas a la defensiva. No soy el enemigo de tu obra, todo lo contrario. Piensa que cuando el libro esté en manos del lector todo el mérito será tuyo y nada más que tuyo. Entonces... si yo te marco, por ejemplo, que una frase está confusa y tú me dices que está perfectamente escrita y que no piensas cambiarle ni una coma porque cuando la editorial eligió tu libro esa frase ya estaba escrita de ese modo, bueno... qué quieres que te diga, lo único que logras de esa manera es: 1) demostrar que no posees las herramientas necesarias para trabajar tu texto; 2) romperme, y mucho, los ovarios; 3) boicotear tu propio texto.
                         Ah, y esto no termina aquí. Resulta que la gran mayoría de las veces yo te regreso el texto con correcciones y comentarios, tú haces los cambios, me lo reenvías, y yo... ¡yo vuelvo a empezar! Leo otra vez y encuentro cosas que se me escaparon la primera. O tal vez hiciste un cambio que modificó otra cosa que ahora ya no funciona. Y como esa es mi tarea, vuelvo a trabajar y tu vuelves a corregir. Y podemos hacer esto varias veces más hasta que tú gritas basta, basta, por favor. Pero resulta que no se trata de un capricho mío ni de un método de tortura de escritores, sino que seguiremos haciendo eso hasta que el texto no lo precise más. Así de simple. Es que la edición lleva tiempo, pide esfuerzo, requiere de paciencia.
                         Sé que hay autores que se defienden diciendo que los editores son escritores frustrados que se ensañan con los libros de otros, por no poder crear los suyos. En mi caso puedo aclararte que no soy exactamente una escritora frustrada. Y que no he conocido editores que lo sean, así que no sé si esa raza existe o no. Y puedo agregar que la edición es un oficio tan apasionante por sí mismo que muy bien se puede desear ser editor y nada más que editor.
                        En fin... la carta ya es bastante larga y creo haber dicho lo que quería decir: estoy para trabajar contigo, para ayudarte a mejorar tu libro, para asegurarme de que ese libro sea vendido y leído (la editorial invierte dinero en ti y en mí y espera recuperarlo), para lograr lo que todos queremos lograr: hacer la mejor literatura.
                        Y una cosa más. En verdad, una vez que comienzo a trabajar en tu libro, lo único que me importa es tu libro. No sé si me entiendes...
                                                                                                        Te abrazo
                                                                                                      Yo, tu editora



                                          

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